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ABC SEVILLA 25-10-1929 página 7
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ABC SEVILLA 25-10-1929 página 7

  • EdiciónABC, SEVILLA
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A B C. V I E R N E S 25 D E O C T U B R E D E 1929. EDICIÓN D E ANDALUCÍA. P A G 7 mano de la relatividad. E l peruano templo de Pachacamac no tendría, con sus paredes de oro, mucho que envidiar al de Jerusalén. como tamrjoco ei de los Guerreros, de Chuchen ftza. n el Méjico tolteca o pre- aztec a el de Apolo, en Deifos, o el de Aanit, en Cartazo. B i e n de todas formas esas cosas tienen un enorme valor en la historia de la H u manidad, y tienen ese valor porque representan el solo pueblo de la antigüedad que. en vez de confiar su unidad y supremacía a la fuerza o al comercio, séase riqueza, busca coherencia e impulso en el espíritu. L o s judíos son los únicos, de entre los antiguos pueblos de Occidente- -dice Waldo F r a n k- -que parecen haber realizado el sentido del yo. como foco de la totalidad. Confieso que el pueblo judío, los judíos en general me inspiran gran, interés. Nada tiene que ver la anatema religiosa para reconocerles enérgicos, pacientes, trabajadores, dotados de altas virtudes. N o comprendo por qué siéntese en España esa antipatía por ellos, cuando son españoles, entusiastas fanáticos, devotos de España E s más, me sorprende infinitamente que exista, si no benevolencia, lenidad por doctrinas como el protestantismo, que, además de representar una apostasia formidable, además de marcar con su aparición el principio de nuestra decadencia, de ir contra nuestros ideales, usos y costumbres, son extranjeras, extrañas a nosotros, y hemos de ensañarnos con el judaismo cuando tantos servicios prestaron a España siempre los hebreos, desde Alfonso X el Sabio, a los Reyes Católicos, colaborando, incluso, con las grandes autoridades de nuestra Iglesia, como los conversos Pedro Coronel, Alfonso de Alcalá y Alfonso Zamora en la redacción de la Biblia Complutense, que hizo imprimir el cardenal Jiménez de Cisneros. e E l público debe leer diariamente por ejemplo, hoy día en Francia son capa dadero historiador de vasta rosas con una nuestra sección de anuncios poT de Arco. Nlas de un San Luis o es unluana o Lytton Strachey ver- ees de completar una serie de vidas amoy protunda palabras clasificados en secciones. cultura. Pero, al propio tiempo, un literaE n ellos encontrará constantemen- gicas penetran muy hondo en los abismos te asuntos que pueden interesarle. la base de su merecido éxito en el público de la conciencia humana. Y ello constituye to de refinado gusto, cuyas dotes psicoló- Hace veinte años estaba yo en Viena, corte maravillosa por aquel entonces. M i padre, el difunto- marqués de Hoyos, electo académico de la Rea! de la Historia, ocupábase de la redacción de su discurso de ingreso, L o s judíos españoles en el Imperio austríaco y los Balcanes discurso que no Siego a pronunciar, pues murió aquella primavera, siendo impreso, primero, en el Boletín de la Academia, según acuerdo de la docta Corporación; luego, por disposición de mi madre, la marquesa de Vinent, que le sobrevivió. M i padre no era un arribista de la literatura, ni un vanidoso, sino un fervoroso apasionado de ella. Y sabido es que, cuando lo hacemos con ilusión, pasa con los datos lo que con las cerezas, que al tirar de una vienen muchas detrás. Reunía papá, pues, datos, y cada nueva adquisición era un ha- llazgo, que le llenaba de júbilo. Y o que era muv joven, oíale hablar (oía aún) con pasión de las gentes aquellas, de su amor a España, de las tradiciones que guardaban y del bello castellano que hablaban aún, digno de la corte de Alfonso X el Sabio. C e r c a d a está S a n t a f u e n t e d e u n fino l i e n z o e n c e r a d o r i c a s t i e n d a s le r o d e a n de t e r c i o p e l o y b r o c a d o salón de la Embajada con una personalidad israelita, que venía a ofrecer a mi padre unos datos para su obra. Con la casi infantil petulancia de mis catorce años, lancé: ¡O h! ¡Cuánto sentirán a Sión, su perdida P a t r i a! E l caballero, muy mundano y discreto, con la sonrisa amable, en que podía más el fervor que la suavísima ironía, aseguró, sincero: -M a s Toledo... Y quedó silencioso, pensativo y soñador. Muchas veces, ante los acontecimientos del mundo, en que tan gran parte se atribuye al pueblo judío, ante el escenario de la gran tragedia, Rusia, donde se perseguía, acosaba, robaba y asesinaba impunemente a los judíos; ante el origen israelita de Lenin y de otros héroes de la revolución bolchevique, y ante la serenidad de Inglaterra y la consistencia de Francia, pese a sus radicalismos, me acuerdo de los esfuerzos generosos del ilustre doctor Pulido, de Pando y Valle, de Pedro Sáinz Rodríguez, píen so lo que se podía hacer, cómo podía, ayudando al pueblo, al fin y al cabo español, encauzar sus energías, sus fervores y sus entusiasmos, que la fuerza enorme industriosa que encarnase retorne, ya que, según Castelar. al partir mataron nuestra industria. H e aquí todo lo que este libro, Los hebreos españoles en Marruecos, muy interesante y bien escrito, me ha sugerido. A N T O N I O DE H O Y O S Y V I N E N T L A PSICOLOGÍA E N L A HISTORIA U n l i b r o de L y t t o n Strachey A l terminar el último libro del famoso historiador inglés Lytton Strachey, Elizabeth and Essex, vuelvo a sentir una impresión semejante a la producida- por las lecturas de Walter Scott en los años adolescentes. Interés palpitante, intriga dramática, admirable pintura de una de las más brillantes épocas de la historia de Inglater r a E l Renacimiento artístico tras dé la Reforma con Shakespeare, Bacon, Ben Jonson, sir Philip Sidney y otros astros refulgentes. Añádase a esto la psicología de los caracteres, el don de hacer vivir ante nosotros las figuras del pasado, el inconfundible estilo del autor, rico en matices, v i goroso, acerado, cáustico, y se tendrá una vaga idea de la reciente obra de este célebre escritor, cuyo libro, La Reina Victoria, ya. considerado una de las biografías cumbres de la literatura inglesa moderna. Sin embargo, no se figure el lector por un momento que Lytton Strachey pertenece a la legión de productores de biografían novelescas en las que la fantasía suele olvidarse de la erudición y hasta de los datos más imprescindibles. N i tampoco; nacen sus orígenes de esas exigencias editoriales que, anglosajón, que, gracias a Lytton Strachey, se interesa tanto por las grandes figuras del pasado como por los personajes de Bernard Shaw o de Wells. Su inglés es, desde luego, más depurado que el de estos últimos, y en cuanto su ingenio reúne curiosamente el humour inglés a la ironía irres- petuosa de Voltaire, encubriendo sus audacias bajo el arte del bien decir. Y a sabernos por varios de sus ensayos literarios que L y t ton Strachey ha frecuentado mucho los clásicos franceses y estudiado a fondo sus escritores del siglo X V I I Las huellas de esa cultura enciclopédica dejaron en su espíritu un profundo surco, al par que una cáustica elegancia de expresión en la frase i n tencionada. N o es tampoco dudoso que ea la moderna literatura el autor de esa biografía maestra Queen Victoria, y el ensayista admirable de los Eminent Victorians (retratos psicológicos del cardenal Manning, del doctor Arnold, de la legendaria Florence Nightingale y del general Gordon) continúa la tradición de los grandes historiadores de su Patria. Sabe evocar magistralmente el fondo del cuadro y el ambiente de una época sin las contorsiones de visionario epiléptico que dislocan la prosa de un Carlyle. Es tan artista como Froude, pero la parcialidad religiosa y política de este último ño alteran sus dotes psicológicas de observador. S i a veces puede parecemos par- cial Lytton Strachey al juzgar los personajes del pasado, será en todo caso por sus preferencias íntimas respecto a tales o cuales caracteres, mas no por dogmatismo inflexible de ideario. Tiene su estilo esa claridad meridiana de un Macaulay, y esa hábil selección de anédoctas, detalles íntimos v rasgos personales, que hacen siempre tan amena la lectura de aquel gran historiador. S i n embargo, no cae nunca, como él, en el largo período declamatorio adoptado en España por Casttlar y sus innumerables imiadores. E n suma, que Lytton Strachey pertenece a la categoría superior de historiadores psicológicos imaginativos. Es preciso insistir en estas dos cualidades, porque sin ellas el erudito no es sino un indigesto recopilador de nombres y de hechos, incapaz de dar vida a sus áridas evocaciones. Podrán los pedantes de tal índole entrar a saco en los archivos, v documentarse prolijamente; pero no producirán más que datos curiosos de pura investigación, o bien esas especiesde manuales históricos, que ciertos catedráticos escriben para uso exclusivo de Institutos y de Universidades. Hoy no concebimos un buen historiador sin dotes literarias. E l éxito merecido que ha alcanzado el gran escritor alemán Emil Ludwig, en sus magníficas biografías de Napoleón, de Sismarck y de otros superhombres de la H i s toria, se debe principalmente a su penetrabilidad psicológica y a su don de renovar la visión del pasado, mostrando sus figuras bajo una luz nueva También en Francia ha sabi o André Maurois popularizar su Disraeli, condensando la esencia de aquella extraordinaria personalidad en un brillante l i bro para ese vasto público, incapaz de acercarse a los seis voluminosos tomos biográficos de Bucke y de Monypenny. ¿Y quién podrá aventajar esa vida de la Reina Victoria de Inglaterra por Lytton Strachey, cordial e irónica a un mismo tiempo, en la que el autórpinta a su modelo sin idealismo ni reservas, pero comprendiendo también lo que K Creó el Rey, a que llamaron Sabio por no sé qué rosones de asfrolabio, según el clásico, una escuela en Murcia, común para cristianos, moros y judíos, y diríase que los israelitas dispersos por el mundo hablan aún aquel viejo castellano de las Cantigas y las Partidas. Pues bien; si viva está para los sefardíes la lengua española, vivo está en sus a l- mas el recuerdo de la Patria perdida. U n día, en aquella fecha remota, veintidós o veinticuatro años, hablaba yo en el

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