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demás, todo estaba sumido en la m á s profunda calma. M cerca n i lejos se veía otra habitación que la, que ya hemos indicado, y a l a que se dirigió A b e n Shariar, que había saltado a tierra. L a puerta de aquella casa estaba franca, y por ella, sin encontrar a nadie, entró Aben- Shariar, -y torciendo a la derecha por una pequeña puerta se enconfró en un patio, donde u n hombre como de cuarenta años, con un traje completo de griego, se ocupaba en acabar de apretar las cinchas de un hermoso caballo. U n perro, que estaba echado a la sombra, se levanto al ver a Aben- Shariar, ladrando de una manera atronadora. A l ladrido del perro se volvió el griego, y v i o a Aben- Shariar. A l verle, dejó su caballo y se fué a él con los brazos abiertos, dando de paso un puntapié al perro, que dejó de ladrar y, gruñendo lastimosamente, fué a echarse de nuevo en l a sombra.
A l ver al griego, no podía dudarse de que le u n í a tus estrecho parentesco con Elena, la misteriosa ha- bítadora del palacio Conti. E l semblante del griego, tenía los mismos rasgos que el semblante de Elena i sus ojos negros, grandes y rasgados, una hermosura: y una fijeza igual a los de ella, y sólo se diferenciaba en que Elena era blanca y de tez suavísima, y el griego fuertemente moreno y de tez áspera. S i hubiera tenido m á s edad, se le hubiera podido creer padre de E l e n a pero teniendo la edad que representaba sólo- podía ser su hermano. ¿Q u é e s esto, a qué vienes aquí? -dijo el griego a Aben- Shariar- Hace dos horas, desde el amanecer, estoy viendo acercarse una galeota a nuestras playas, y había creído que vendría, como tantas otras, a hacer aguada, porque aquí no hay nada que llevarse, y el lobo nunca va a buscar huesos a l a caverna del lobo; pero estaba muy distante de creer que t ú vinieses a mi casa. ¿Q u é sucede? ¿P a r a qué me necesitas? -Vengo a hacerte una sola pregunta, -Cuantas quisieres, hermano; yo no puedo o l v i darme de que hemos combatido juntos contra los venecianos y los españoles; pero ven, pongámonos a la- sombra, que el sol calienta ya demasiado, y ¡hablemos tranquilamente. -T ú ibas a emprender un viaje- -dijo A b e n Shariar.
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E S T A V I S T O Q U E VOS NO M í F O D E I S V E N C E R N I SOBRE EBRA NI SOBRE EL MAR...
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a las manos; desde hoy, A r g e l T ú n e z y Trípoli tend r á n sus galeras aprestadas contra Venecia; que vea pues, lo qué hace el Consejo de los D i e z yo nó puedo permanecer por m á s tiempo sometido a l a R e p ú blica- y sirviéndola, desde el momento en que la Re 1