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ABC SEVILLA 14-12-1929 página 10
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ABC SEVILLA 14-12-1929 página 10

  • EdiciónABC, SEVILLA
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A B C SÁBADO 14 D E DICIEMBRE DE 1929. E D I C I Ó N D E A N D A L U C Í A P A G 10 Y a estoy dispuesta para ir al teatro; ya pueden enganchar, al coche a los estudiantes (E l día anterior la habían llevado en triunfo, en efecto, arrastrando su carruaje) pero que, a falta de manifestaciones extravagantes, se declara en la- adhesión constante y familiar de un público particularmente afecto a su persona, y que por Irene a secas la conoce y la admira. E n la Argentina, en Buenos Aires más que en España, el prestigio físico de Irene ha merecido el elogio primordial- de cuantos se dedican a su figura, destacada, hoy por hoy, en la escena española por su atractivo inconfundible. E s a prestancia caracteriza su arte de actriz por manera excepcional; de suerte que el público adicto a sus representaciones prefiere verla encarnando personajes de cierta prosopopeya tragicómica, verbigracia, ese tipo de mujer fatal en que su destacada elegancia, su arrogante señorío, su seguridad eminentemente femenina no admiten parangón con las dotes de que suelen hacer gala las demás actrices de habla española. De ahí que, no obstante el deseo de Irene de incorporar a su repertorio esas comedias de medio tono y ambiente burgués, que tanto gusto dan a cierto público mediocre de ambos mundos, los muchos aficionados a su arte prefieren volver a veri a en sus interpretaciones inveteradas. S i es verdad que, por lo general, los autores españoles se ven constreñidos a pintar tipos y caracteres de calidad simplicísima y amanerada en el concepto burgués del teatro que en Madrid priva, por falta de figuras adecuadas a mayores empeños, ¿como no disciernen en Irene la actriz capaz de interpretar las heroínas españolas de nuestro tiempo, llamadas a competir en los escenarios de Buenos Aires con las personas dramáticas creadas en París por una V e r a Sergine; en Italia por la rusa Tatiana Paulova, o en Dinamarca por una Asta Nielsen? Las traducciones que puedan convenir al talento y las condiciones naturales de Irene son, en todo caso, un paliativo. E s innegable que el público argentino, por lo mismo qué puede gustar fácilmente en su idioma nativo las creaciones escénicas extranjeras a nuestra lengua, prefiere a los actores españoles en obras del acervo hispánico. L o s poetas dramátiaos tienen la palabra. Y pues, que no les falta el modelo uivo, ¿qué mejor musa que la propia intérprete de sus creaciones posibles? C. R I V A S Buenos Aires, noviembre, CHERIF E L T E A T R O ESPAÑOL EN LA ARGENTINA El éxito de Irene Cuando, al iniciarse en Buenos Aires la temporada dé invierno que ahora toca a su fin, se presentó en el teatro Maipo la compañía de Irene López Heredia, hubiera sido aventurado predecir el resultado favorable que, al terminar, arroja su campaña. Contratada por la Empresa del Odeón, cuyo prestigio, valorado por la competencia de las compañías extranjeras, que tienen en esa elegante sala su sede habitual, es ya de por sí como una especie de consagración anticipada a la del público, Irene López Heredia se vio obligada por circunstancias ineludibles a cambiar de teatro: la fiebre amarilla declarada en Río Janeiro obligaba a la Empresa del Odeón a anticipar el debut en Buenos Aires de la compañía francesa de M D e Ferandy, que hubiera debido actuar primeramente en el Brasil, y a trastornar sus planes, compensando a la compañía española con la presentación en un coliseo, muy céntrico también, a dos pasos del Odeón, restaurado después de un fwego, purificador del género que aUí se hacía, e inaugurado poco antes por Ernesto ¡Vilches. N o era muy favorable esta coyuntura. Acostumbrado el público porteño a ver trabajar juntos a Vilches y la López Heredia, la infortunada actuación de aquél, señalada por d reproche a la falta de actriz que ¡substituyera a su compañera de antaño, podía prejuzgar el éxito de ésta al reaparecer sin otra responsabilidad que la propia. Precisamente para señalar la intención que le guiaba al formar compañía, quiso Irene López Heredia presentarse en Buenos Aires con una obra de repertorio en que la excelencia del conjunto predominara sobre cualquier otra razón de esas qae en el teatro suelen apoyar los motivos puramente personales de un actor o actriz empresario y director. Rosas de otoño, de Benavente, sirvió, desde luego, para que el público y la crítica- -deseosa, por lo demás, de enjuiciar novedades y, por lo tanto, un si es no es reacia a ponderar las enseñanzas de semejante reprise- -se dieran cuenta del mérito de las primeras figuras, Espant a r o n Isabel Barrón, Asquerimo, María Victorero, Canafles, Joaquina Almarche, B a laguer, que en torno a la protagonista componían uno de los repartos más equilibrados de cuantos es posible ahora ver en nuestros teatros. Llegaron las novedades, y con ellas la experiencia curiosa, para mí sobre todo, aprendiz impenitente, del diferente resultado de las mismas obras en España y aquí. Champán, señoritas (título circunstancial con que hemos dado ¡Te quiero, te adoro! de Suárez de Deza, para no coincidir con el título de otra comedia argentina anterior) fué recibida con marcada hostilidad por la crítica- -que no quiso ver en su i n tención cierto humorismo de buen tono- -y rrray fríamente por el público de sus primeras representaciones. Pieza ligera, adecuada al gusto de espectadores inocentes v de ¡buena fe, se ha dado después con acogida favorable en algún día de tarde o función benéfica patrocinada por señoras. El caballero Varona, de Tacinto Grau, esperada como revelación de un teatro nuevo, defraudó un tanto en ese concepto, pero tuvo el beneplácito del público y se ha repetido con suceso. E n el protagonista de esta comedia se afianzó el éxito de Mariano A s querino, obtenido hasta entonces con leves reparos a cierta frialdad que se le achacaba los primeros días. El rosal de las tres rosas marcó el punto culminante de la divergen- cia entre la crítica y el público, adversa aquélla y éste favorable a la obra de L i n a res Rivas. Con ella tuvo ocasión de refrendar el aplauso de Rosas de otoño Isabel Barrón, señaladísima desde entonces en sus breves intervenciones por la simpatía irresistible de su figura escénica. Cándida marca para Irene López Heredia el paso decisivo en el nuevo repertorio con que d i ferencia su actuación de emipresaria de aquellas otras en que hasta ahora fué de primera actriz contratada. Aplaudida, celebrada y, lo que es más, discutida, su interpretación del misterio de Bernard Shaw revela en ella a la actriz intuitiva- -a la actriz en suma- -capaz de resumir en un acierto inspirado de comprensión la erudición y el esfuerzo de dos generaciones de críticos. Pero, ¡si se llama Cándida! fué su respuesta espontánea a las reservas formuladas respecto a su manera, harto clara, en opinión de algunos, de entender la protagonista shawiana. De kt noche a la mañana, de Ugarte y López Rubio, fué otro de los acontecimientos de la temporada; y si bien, como en Madrid, el público se siente un tanto defraudado en el tercer acto, la comedia premiada en eíl A B C obtuvo el sufragio entusiasta, ditirámbicp incluso, de los críticos teatrales. La carroza del Santísimo, de Merimée, en la preciosa traducción de Manuel Azaña, sirvió para que Irene López Heredia coronara su temporada primera de esta excursión con un alarde de buen estilo escénico. Así le fué reconocido, no obstante la resistencia que oponen siempre los expertos de teatro a estos desahogos del gusto propio, beneficiosos a la larga, aunque de momento parezca que rio redundan en provecho de la taquilla como una de tantas zafiedades de cuantas degradan el paladar de los aficionados a! teatro. Con El fantasma de Canterville y unas cuantas obras de repertorio, de las cuales es de mencionar la revisión de El hombrecito, de Benavente, protestada hace veinticinco años, ¿por i n moral? y recibida hoy con respetuosa benevolencia, se cierra el primer ciclo de representaciones de Irene López Heredia en su actual excursión por la Argentina. U n a jira de dos meses por el interior de la República y Montevideo sirvió de puente con esta segunda serie de funciones en el Odeón, a- favor de la prórroga de contrato, en vista del éxito primero. Y hétenos ya otra vez en Buenos Aires, a probar nueva fortuna. N o fué muy próspera la de mi adaptación de Pepita Jiménez, de Valera, cuyo humorismo no ha trascendido a los catadores de modernidad a ultranza, pese a la interpretación, tan graciosamente estilizada con que Irene y sus compañeros, encuadrados en escenarios excelentemente combinados, sirvieron la obra. Adverso nos fué el estreno de Para el cielo y los altares, sin duda por esperar el. público, no obstante haberse publicado la obra y nuestras protestas previas, un espectáculo de escándalo a favor de la prohibición de la comedia en España. De nada valió la presentación, acertadísima en su movimiento decorativo- dramático, de M i g noni, ni el esfuerzo de los actores, compensados por e! elogio unánime de la crítica a tan estricta disciplina artística. Más suerte, si rio tan prospera como El rosal, de Linares, tuvo su hermana Hilos de araña. Visto lo cual, y en tanto se preparan los últimos estrenos, Irene López Heredia ha revisado, con éxito, todo su repertorio, de Lady Frederick y La Dolores, a La aventura del coche y Don Juan Tenorio. Quien ha visto en España a Irene López Heredia no tiene idea de su triunfo en América, que no es, ciertamente, clamoroso como los que de antiguo se cuentan de una Sarah Bernhardt, por ejemplo, que al día siguiente de su llegada a no sé qué capital de República, pudo permitirse decir humorísticamente a la hora de la función: 1929. EL TEATRO CATALÁN D e los seis teatros catalanes que a últimos de septiembre inauguraron la temporada de otoño, uno hace días ya que ha claudicado, dos van de mal en peor, otros dos se defienden y otro, especializado en escatología dramática, gana dinero. E l claudicante es aquel que parecía tener más probabilidades de laborar con fruto, pues en la cabecera del elenco va el prestigioso nombre de Enrique Borras. Pero he ahí que a ¡as dos semanas de actuación aparecía en los carteles una comedia castellana, luego otra y otra, que alternaban con producciones catalanas; Pronto éstas dejaron de r- presentarse en absoluto, y hoy Borras hace exclusivamente teatro castellano, con la natural desesperación de los dramaturgos i n dígenas, que se las prometían muy felices con el reintegro de D Enrique a nuestro teatro regional, o nacional, como aquéllos quieren que se le llame. Sobre este salto del catalán al castellano corren dos versiones: una, que, percibiendo los autores catalanes el 10 por 100 del i n greso br +i nrtr derechos de propiedad, y los castellanos cinco duros por acto, el empresario de Borras entendió que iba mejor a su

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