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ABC SEVILLA 29-03-1930 página 3
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MADRID- SEVILLA, 29 D E MARZO D E 1930. NUMERO 10 CTS. CERCANA A TETUAN, SEVILLA SUELTO fiEÜACCiüN: DIARIO ILUSTRADO. A Ñ O VIGES 1 M O S EX T O 8.504) OLIVE. P R A D O D E S A N S E B A S T I A N SU SCPIPCTONES V A N U N C I O S MUÑOZ ANTE EL DOLOR Al EN O Solidaridad y socon o Cuando acontece una catástrofe como la que actualmente aflige a Francia, se percibe lo precario de nuestro dominio sobre la N a turaleza. U n aumento en el caudal de las lluvias, en coincidencia con una prematura elevación de, la temperatura, que motiva el deshielo de las nieves, lia bastado para que el nivel do un río- -el Tarn- -suba en algunos puntos trece metros sobre su corriente ordinaria, se desborde e inunde las risueñas campiñas de Gascuña y el Languedoc y origine gran número de víctimas humanas y daños que se cifran en centenares de millones. Conozco esa comarca, por la que viajé, hace algunos meses, en la época del estío. Anduve por ella en compañía de otros periodistas, que habían sido invitados, como yo, a presenciar las fiestas del bimilenario ile Carcasona Y no puedo imaginar sin dolor el espectáculo que las informaciones telegráficas nos describen. Porque, si hay ira país donde, en el tiempo propicio, parezcan realizados todos los sueños virgilianos de abundancia y de paz geórgicas, es esa tierra sobre la que la desgracia parece haberse abatido ahora. L a unidad política de Francia no ha extinguido la multiplicidad de usos y costumbres en sus antiguas regiones. N o podía suprimir la que nace de la diversidad de ra. zas. Por eso se tiene del vecino país una idea errónea cuando se le juzga por su capital, donde el flujo cosmopolita acaba por suE n sus campos y en sus ciudades hay, por mergir las características de la población autóctona. Y es en sus viejas provincias don- otra parte, una numerosa población de oride lo mejor, lo m á s típico, de la nación se gen español, instalada allí con carácter deconserva, sin que lo adultere, por lo menos finitivo o transitorio. Cuando, por motivos en la proporción que en las grandes ciuda- políticos, los españoles nos afrontamos dendes, ese espíritu de lucro que acecha al ex- tro de la Península con esa predisposición tranjero en todos los lugares oficialmente belicosa, que hace de cada uno de nosotros un nostálgico de la guerra civil, sorprende y consagrados por el turismo. emociona la unanimidad que en el amor a Cuando se fc an dejado las estribaciones nuestro país muestran aquellos compatriotas occidentales del macizo montañoso central y los términos apacibles en que su vida se se bordea, al Sur, la tierra liana, ondulada desenvuelve. Y dentro del orden y el respeto a trechos, interrumpida por suaves colinas, a la ley que una autoridad inflexible impode la antigua Aquitania. A lo lejos comien- ne, se ve bien de lo que es capaz una raza zan a insinuarse las crestas nevadas y azules como la nuestra, apta oara el trabajo, intelide los Pirineos. Y en ese valle grandioso, gente en la adaptación a los usos locales: por donde ya corren el Garona, el Tarn, el pero cuyas cuerdas sensibles más profundas Aveyron, lleno de históricas ciudades con parecen adquirir, ñor la lejanía del suelo nafortificaciones desmanteladas, como Cahors tal, mayor resonancia. E n lo alto de la proo Montauban, de bosques, de viñedos, de digiosa cindadela de Carcasona- -que, es una maizales, se comprende mejor que en paraje maravilla de reconstitución llevada a cabo alguno del mundo la dulzura de la vida cam- por Viollet- le- Duc- -me hallaba un día consipestre. Una civilización de origen remoto ha derando el paisaje magnífico, junto a una operado sobre aquel panorama, humanizán- torre que se llama, así, en castellano, la torre dolo, coronando de mansiones señoriales los de Mi padre, sabe Dios en memoria de qué altozanos, y uniendo las riberas de los ríos español cautivo tal vez en las guerras de ancon esos puentes que a menudo son asiento taño, cuando v i a una vieja, que en nuestra de una puerta de entrada a un burgo medie- lengua charlaba con su nietecito. val, flanqueada de torres cilindricas con ca- ¿Es usted española? -le interrogué. peruza de pizarra y huellas de las cadenas- -A mucha honra- -me dijo. que sosten an los puentes levadizos. L a luz- ¿Y vive aquí? es de climas meridionales, pero la frecuen- -Aquí está mi marido trabajando. Pero cia de las lluvias o la abundancia de agua mi hijo está en España sirviendo al Rey. fluvial mantienen en gran parte el verdor Sirviendo al Rey... L a expresión castellade la vegetación, salvo allí donde se cultiva na tenía un sabor romancesco junto a aquella el trigo, dorado ya en esos días veraniegos. romántica fortaleza del Languedoc, que tanL a profusión de granjas y caseríos, de carros tas veces escuchó las trompetas de los cruzay camiones cargados de mieses que transi- dos y el laúd de los trovadores. tan por los caminos, el resollar de las m á- -Este es un buen país- -la dije. 1 quinas trilladoras, las Voces y los cánticos de esa ópoca de la recolección, dan a aquellas campiñas una animación y una alegría que acaban por captar el ánimo menos asequible a las seducciones de l a vida rural. L a región, está poblada por una raza muy antigua, muy fina, profundamente sensible a los juegos del espíritu de la música, de la poesía. L a cigarra de Mistral ha cantado en su idioma armonioso. Cuando la caravana polvorienta de automóviles en que viajábamos se detenía en los pueblecitos humildes, los campesinos acudían a ofrecernos graciosamente llores y frutos, con un sentido homérico de la hospitalidad que sorprendía a mis colegas de los países del Norte. E n tiempos de Francisco I- -nos explicó un camaí rada- -había en Tolosa una mujer de singu ¡lar hermosura. Se llamaba la bella Paula. A describir sus encantos consagró todo un l i bro cierto erudito del Renacimiento, cuyo nombre era Gabriel de Minut, que estuvo enamorado de ella. Pues el pueblo de Tolosa se amotinó porque no. podía admirarla con la frecuencia que deseaba, y para aplacarlo fué preciso hacerla consentir en mostrarse dos veces al día desde el balcón del Capitolio, simplemente para que la multitud la viese. Auténtica o no la anécdota- -y en un cuadro de la sala de Ilustres del Museo local aparece evocada- revela bien la psicología del pueblo, que la adopta para significar su entusiasmo desinteresado por la belleza. Ese mismo entusiasmo subsiste en las fiestas populares, en las danzas, en las cauciones de esa raza, que, cuando ya parecía acabado el tiempo de engendrar mitos, creó el mito amable de la vida y la historia de Clemencia Isaura. -S í que lo es; pero como E s p a ñ a n i n guno. Quizá l a vieja procedía de algún pelado rincón peninsular sin árboles, sin agua. Pero, como para el C i d en el vergel de Valencia, la distancia trocaba el país natal en Castilla la gentil tierra de ensueño y de saudades. Con menos vigor que el corazón de la ai; cianita el recuerdo perdura en los jóvenes. Y aunque la vida impone l a fusión de los, inmigrados con l a población primitiva, E s paña siempre está presente en las almas allí, como por transferencia. Ese país sufre ahora los horrores de una inundación que ha devastado villas y- aldeas, anegado campos, arrasado viñas, causado muertes y estragos sin cuento. L a simple solidaridad humana cu el dolor inmerecido nos haría compadecerlo. Pero el recuerdo de su belleza, de su dulzura, de la acogida hospitalaria que otorga a nuestros compatriotas emigrantes, nos hacen pensar que España podría acaso mostrar su sentimiento con el envío de algún socorro que, aunque no recayera de modo directo sobre ellos, en último término iría a favorecer a sus propios hijos que allí viven; es decir, aman, y. trabajan, y penan... TUANPUJOL ESP ANA Superstición L a maquinita de escribir va marchando con un ruido seco, precipitado, intermitente; una hoja que se va llenando de letras; otras hojas blancas. De pronto, una: de las hojas que asciende por el aire se agiganta, se convierte en un inmenso telón blanco. E n el telón, un expreso que cruza l a Mancha albacetense; el Miguelete de Valencia; la maravilla de la provincia de Castellón. Castellón y su plana de naranjales. Los naranjales y los barrancos del. Maestrazgo; pueblecitos asentados en las faldas de una colina; o l i vares, algarrobos. Caminos torcidos que reptan por las m o n t a ñ a s centenares, millares de carros, tartanas, automóviles que se encaminan hacia un altozano. Zorida del Maeztrazgo; cerca, a tres kilómetros, uña montaña, l a Balma, en el monte, una cueva con una Virgencita en un altar. D í a s 7, 8 y o. de septiembre; diez mil, doce mil, quince mil romeros que han arribado de todas las provincias limítrofes. Epilépticos, endemoniados, arrepticios; curaciones maravillosas de los endemoniados que se postran, se retuercen, lloran y ululan ante l a Virgencita. E l i n menso horizonte, claro y límpido, que se descubre desde lo alto; el panorama de las barrancadas y los oteros. E n las noches de esos indicados días al aire libre, en el ambiente voluptuoso de Levante, en contacto con la Naturaleza, las saturnaliás de esta muchedumbre enfervorizada; vino, guitarras, cantos que proceden de los antecesores á r a bes; ojos femeninos, como brasas lucidoras, que perforan la clara noche. 1 1 E n el ancho y blanco telón, repentinamente, la palabra fin. U n joven que aparece, sonriente, impetuoso. Aiardo Prats y. Beltrá- u. Escritor de su tiempo; buen escritor. A l a r do Prats. que acnha de poner l palabra fin en la jiítima cuartilla, de su libró: -Tres, días conUUtt emioniados. Y como subtítulo: La E. ¡J BKItW ocida y tenebrosa. A l a r d o estar satisfecho d, ta la pr

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