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ABC SEVILLA 31-05-1930 página 36
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ABC SEVILLA 31-05-1930 página 36

  • EdiciónABC, SEVILLA
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W e s t E RODRIGUEZ- SOLIS una mujer siri corazón... ¡Usted no ha nacido para amar... ¡Q u e no le amo, Dios mío! -dije la condesita, vertiendo un mar de lágrimas. -Si ese amor fuera cierto, antes me querría uste d muerto que deshonrado... Estas palabras produjeron en Isabel una súbita transformación. -Es verdad- -dijo, secando sus lágrimas y con ái imo resuelto- Salga usted y luche, que tal es su deber como buen español... Y si usted muere, yo le juro, por la memoria da mi santa madre, que ini el dolor se apartará de mi alma, ni el luto de r. ú cuerpo... -Condesa... -No... yo no soy Ja condesa... Soy Isabel- -dijo con tierno acento- ¡Corre, ludia por la patria, y si tu postrer aliento es para ella, que tu último Suspiro sea para m í l Y empujando con fuerza a don Luis, le hizo abandonar la estancia. Luego corrió al balcón, le vio llegar a la Puerta del Sol y mezclarse entre ios combatientes. Una horrorosa descarga la hizo abandonar su puesto, y cayendo de rodillas ante un hermoso lienzo, que representaba a la Santa Virgen de la Paloma, exclamó, deshecha en lágrimas: -jProtégele, madre m í a L O S G U E R R I L L E R O S D E 1808 9- L a luena sostenida en la Puerta del Sol deshizo en dos el grupo de nuestros amigos; el maulero, con algunos paisanos, tomó por la calle de Carretas, hacia la de Toledo, para la de Embajadores, deseoso de combatir en terreno conocido: y el Zurdo fué lanzado a la calle de ia Montera con er gallofo, el lacayo, el mozo de compra y algunos otros, y una vez en la calle de Fuencarral decidieron ir al Parque de Monteleón en busca de los cañones que allí había. Mandaba el puesto, compuesto de 8o soldados franceses y 14 artilleros españoles, el capitán don L u i s Daoiz, que, fiel a Ja consigna recibida y a las ordeoes del general Negrete, se negó a ceder a la petición del Zurdo, por más que en su interior l i braran ruda batalla el amor a su patria y la ordenanza militar. Era don Luis Daoiz un hombre de cuarenta y un años, que se había distinguido en las defensas de Ceuta y Oran, y en la marina, en las guerras contra los ingleses, que había realizado dos viajes a América y que hablaba perfectamente el latín, el italiano, el inglés y el francés. Luchaba Daoiz entre su deber y su patriotismo, entre las súplicas del pueblo y su consigna, cuando Ise presentó, al frente de un grupo de soldados y paisanos, otro capitán de Artillería, gritando: ¡Viva España! Este nuevo oficial era don Pedro Velarde, joven de veintiocho años, a quien la admiración que sentía ¡por Napoleón se trocó en ¿dio cuando le vio apoderarse por traición de nuestras mejores plazas. ¡Murat, que conoció su mérito como secretario de l a Junta Superior de Artillería, quiso ganarle, y, para ello, le convidó dos veces a comer. Tarea inútil. Velarde era un verdadero español. A l encaminarse aquel día a la oficina, situada en la calle Ancha de San Bernardo, notó la conmoción popular. Intentó ponerse a escribir, pero se levantó de ¡pronto, y dirigiéndose a otro oficial superior, exclamó ¡M i comandante, vamos a batirnos! ¡E s preciso morir por la P a t r i a! E n vano su jefe trató de calmarle. E n aquel instante se oyeron fuera algunos tiros, y una voz conocida de Velarde que gritaba: ¡Madrileños, viva E s p a ñ a ¡Viva Fernando! Velarde no aguardó m á s cogió un fusil y salió a 3 a calle, seguido de un meritorio y de un ordenanza. ¡Félix! -exclamó, arrojándose en los brazos del jefe del grupo que pasaba, y que no era otro que nuestro abate. ¡V e l a r d e ¡Viva don Pedro Velarde -gritó el abate. ¡Viva! -exclamaron todos. ¿T ú también- -dijo Velarde- -cambias la. igle? Sia por la espada? -j P a r a nú, el primero de los altares es la Pa 4 I M i- -i 1 m u r a n) i imiil FUI i ii

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