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ABC SEVILLA 21-12-1930 página 8
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ABC SEVILLA 21-12-1930 página 8

  • EdiciónABC, SEVILLA
  • Página8
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LOS MOLDES Y LA FABRICACIÓN NO HAN VARIADO HACE MAS D E UN SIGLO. LA SEÑORA MANUELA DIRIGE E L TALLER D E PINTURA Y ESCULTURA PLAZA DE SANTA CRUZ La lavandera, el molinero, la Virgen, el Niño, la muía y el buey. UES, señor, esto era... Voy a contarles a ustedes una especie de cuento de Navidad. No se trata del niño descalzo en la nieve, sino de una viejecita simpática, de actualidad en estos días de las veladas infantiles en torno al nacimiento de corcho y las figurillas de barro. Todos hemos adorado de chicos las figurillas de barro de los nacimientos. No se olvida jamás aquel regreso a casa, vigilados por los mayores, con los pequeños bolsillos del gabán llenos de ovejas blancas y pavos de patas de alambre, el portal de Belén en una mano y en la otra el pozo, con el cubo balanceante y pendiente de un hilo. Ahora es otra cosa. E l pequeñuelo, sentado en nuestras rodillas, goza encantado de los brillantes colores de aquel arrogantísimo rey Melchor montado en su caballo; la madre, cuidadosa, persiste en su idea primitiva de que la cabalgata dure, por lo menos, hasta la festividad de Reyes; el pensamiento del jefe de la familia suele concretarse así: Cómo oodrán dar esta figura por una perra gorda? Esto es todo lo que se nos ocurre. ¿No es para echarse a llorar? Pues bien: ahí va esa especie fie cuento de Navidad, que sirve para todos para los pequeños y también para vosotros, Jos que sois ya grandes, según el calificativo genuinamente infantil. Una vez- -hace de esto muchos años- -vivía en Madrid una niña pequeñita y encan- P tadora, pero que era muy pobre. Sus padres residían en una casa modesta de los barrios bajos, una de esas casas con corredor, donde había siempre una modista que cosía hasta muy tarde, a la luz de un cabo de vela, y unos niños, bastante llorones, que esperaban el regreso de su madre, que era asistenta. Los padres de la niña fabricaban figuritas de nacimiento. Y a comprenderéis que vivían muy modestamente, porque, ¿qué beneficio podrían obtener con la construcción y venta de aquellos muñequitos de barro? La niña se llamaba Manolita, y era muy vivaracha y despierta. Ayudaba con mucho fruto a sus padres a ganarse la vida. Manolita! -se oía decir- Pinta los mantos a los vírgenes. ¡Manolita! non las patas de alambre a las ovejas. Y ella pasaba cuidadosamente su pincel, mojado en pintura de esmalte, por las vestiduras de las figurillas de barro, operación delicada, que le obligaba a sacar, inadvertidamente; la punta de la lengua... Se hizo mayor Manolita, hasta el punto de qué todos empezaron a llamarle Manola. Y Manola conoció a un obrero, también fabricante de figurillas de nacimiento, se casó con él y pasó a ser la señora Manola. Finalmente, transcurrieron los años, muchos años, muchos más años, y la señora Manuela tuvo hijos, muchos hijos, nada menos que dieciséis hijos, y luego nietos, y algunos hijos emigraron a América y otros murieron, pero quedó un grupito familiar que siguió fabricando en Madrid figurillas de barro para nacimiento... Y a no queda en la villa del oso más que un taller de figurillas de barro para nacimiento. L a señora Manuela ha cumplido ya setenta años. Pero no se arredra. Sigue fabricando sus muñecos, que le dan trabajosamente para vivir. E n Nochebuena allá va, en compañía de su hija- -la viuda- cargada con su puesto portátil sobre la cabeza, a pregonar su mercancía en la plaza de Santa Cruz. Y a veces, cuando hay buen humor, suelta sus puyas, y a veces lo que se suelta es el pelo, con las manos sobre las caderas. ¡Más madrileña es! E l marido murió, va para catorce años. También enviudó la hija, que buscó de nuevo el arrimo de su madre, y que se trajo, de añadidura, una nieta. L a nieta es hoy como era hace sesenta años Manolita. L a hemos visto nosotros en el taller, con sus ojos inocentes y bellos, preparando muñecos para ayudar a su madre y su abuela, los deditos delicados manchados de pintura. E l taller está en la Ronda de Toledo, frente a la calle de la Arganzuela. Es una tiendecilla obscura, con tres pobres piezas, una de ellas la cocina, en la que hierve el cubo de cola v donde se apilan los botes de pintura. ¡Váígame Dios, que a las siete de la tarde no se veía un resquicio para calentar la cena! E l cuadro era sorprendente. Venid, niños s

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