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ABC SEVILLA 16-01-1931 página 3
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ABC SEVILLA 16-01-1931 página 3

  • EdiciónABC, SEVILLA
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MADRID- SEVILLA 16 D E E N E R O D E 1 933. NUMERO S U E L T O 10 C T S REDACCIÓN: P R A D O D E S A N S E B A S T I A N S U S C R I P C I O N E S AB DIARIO ILUSTRADO. A Ñ O VIGÉS I M O S EPTI MO N. 8.755 Y A N U N C I O S MUÑOZ OLIVÉ, CERCANA A TETUAN. SEVILLA. A B C E N N U E V A YORK Un hotel americano E l primer hotel donde me he alojado, a mi llegada a Nueva York, fué, el hotel Pensylvania, -frente a la estación del mismo nombre. Dos mil habitaciones. Farmacia. Peluquería. Sastre. Agencia de viajes y Agencia de teatros. Baño turco. Instituto de belleza. Biblioteca. Un restaurante de lujo. Dos restaurantes populares. Seis o siete restaurantes privados. Camisería. Sombrerería, Zapatería. Oficina de Correos y Telégrafos. Salones para asambleas políticas, para bailes de sociedad, para banquetes, para Exposiciones, para representaciones teatrales. U n Banco. Un diario donde los huéspedes distinguidos cuentan sus viajes o describen la impresión que les produce Nueva York. Una iglesia... Usted llega a la estación de Pensylvania y se encuentra en un hall amplio, elegante, silencioso. Unas cuantas chicas, que presentan todas las gamas del rubio, tecletean alegremente en sus máquinas de escribir, ante mesas cubiertas de flores, y hay quien dice que estas bellezas de revista llevan la correspondencia de la estación, pero para eso no necesitarían ser tan rubias ni necesitarían ser tan guapas y ninguna de ellas se gastaría a diario un dólar en casa de la manicura. Evidentemente, las máquinas de escribir no son aquí más que un pretexto para que estas chicas puedan exhibir sus manos, y si del hecho principal de esta exhibición resultan luego, como hecho accesorio, algunas cartas comerciales, es sencillamente porque en este país todo se comercializa. No se oye la campana de un tren. No se ve por ninguna, parte un baúl, ni una maleta, ni un mozo de equipajes. Los abrazos que alguna pareja se da, quizá, en el fondo de un diván, no parecen los últimos sino más bien los primeros. Los besos carecen de i ese frenesí que suelen asumir en las despedidas, y se advierte que no son todavía besos liberatorios. Nada de prisa. En todo Nueva York hay prisa menos en a estación de Pensylvania y en la Grand Central Station. Nada de ruido. En todo Nueva York hay ruido, excepto en la Gran Central Station y en la estación de Pensylvania. Se suele elogiar mucho al arquitecto de la Pensylvania por haber eliminado de ella todos los ruidos y todos los contactos característicos de una estación, pero- el truco es bien sencillo: no hay más que meter estos ruidos y estos contactos en el hotel de enfrente. Si la estación de Pensylvania parece un hotel, en cambio el hotel, no sólo parece, sino que es, de hecho, una estación. Allí se compran los billetes. Allí se facturan los equipajes. Allí se hacen las despedidas y los recibimientos. Ahí se señalan las llegadas y las salidas. Ninguna puerta hace en Nueva York más revoluciones por minuto que las puertas del Pensvlvania. donde todo el mundo entra v sale disparado. E l griterío es ensordecedor. Los mozos recorren el Inbbv anunciando las próximas salidas de trenes, transportando maletas o empujando carretillas, y si usted se libra ahora de una carretilla que amenaza su flanco izquierdo es para que le descarguen inmediatamente dos o tres. maletas sobre el flanco derecho. de hombres y da. el golpe de muerte a los Timbres estridentes, altavoces gangosos, re- Imperios centrales. L o cierto es que, como temblar tronitonante de diez o quince ascen- se ha dicho a menudo, Francia encuentra sores que bajan. a la vez... siempre el hombre providencial en sus hoIYI cuando usted llega a su cuarto, en el ras decisivas. L o demuestra también Poinpiso quince o veinte, y comienza a abrir la caré, que, por medio de decretos- leyes, supo correspondencia, que le han entregado, se librar a su país de la bancarrota cuándo encuentra usted con una carta de la. Direc- la caída, del franco en la postguerra. Pero ción, donde esta vaga entidad le dice a us- Joffre y Clemenceau son los verdaderos héted que, a fin de que no eche usted de menos roes nacionales que ha tenido Francia en el hotel Pensylvania el cariño ni la so- durante la gran guerra. Joffre, sobre todo, licitud de los suyos y se encuentre usted allí encarna el prototipo del militar consciente como en su propio hogar, le ha puesto una de sus deberes para con la Patria, cuyos radio en la mesa de noche y una almohadilla éxitos en el campo de batalla no le inspiran sobre la cómoda, en la que encontrará usted ningún ataque de megalomanía ni deseo aldos botones blancos, dos botones negros, guno de perturbar al país con un golpe de varias agujas con hilo negro y con hilo Estado. Nada hay en Joffre de un Bonablanco y un par de imperdibles... Todos los parte con sueños, de moderno César, ni sihoteles de mil quinientas habitaciones para quiera las actitudes arrogantes dé aquel gearriba suelen adoptar en América esta acti- neral Boulanger, que fué el ídolo de un día. tud maternal respecto al viajero, lo que es En lo físico, Joffre parece un gendarme conmovedor, indudablemente; pero si ia D i- apacible, risueño y obeso, que circula vigirección del Pensylvania cree que uno, cuan- lante por cuarteles, campamentos y Ejércido está en el seno de su familia, se pasa las tos, con el íntimo anhelo de pasar inadnoches cosiendo botones al son de la radio, vertido. En el mando supremo, como luego ¿no valdría más que le dejase buscar otras en la vida privada, rehuye todo exhibiciodiversiones, ahora que se encuentra uno de nismo. Moralmente, ya conocemos su enérviaje... Otra carta de la Dirección, que la gica impasibilidad, su optimismo en las hoha tomado, a lo que parece, con nuestro es- ras más trágicas, su buen sentido francés tado de ánimo. ¿Está usted triste? -nos y su inalterable confianza en el triunfo pregunta en ella- Pues coja usted el telé- final. fono, pida comunicación con la biblioteca, yexplíquele a nuestra bibliotecaria el ca- Tampoco es posible regatearle a Joffre rácter de sus sentimientos. Nuestra biblio- la victoria del Marne, a pesar de la aud? z tecaria escogerá en cinco minutos el libro maniobra de Gallieni a las puertas de Paque usted necesita, y se lo enviará a su ha- rís. Porque de Joffre es el plan madurado de batirse a orillas del Marne y de iniciar bitación, libre de. todo gasto... la contraofensiva después de la derrota de Yo estuve en el Pensylvania unos cuantos Morhange y Charleroi. Su. orden del día, días, pero solamente las horas necesarias en aquella fecha memorable, es una págipara dormir. Cuando quería hacer tertulia, na inmortalizada por el heroísmo de sus leer periódicos, tomar refrescos o escribir soldados. Y no cabe dudar de que, si Joffre cartas, me iba siempre a la estación. Si en llega a perder esta última carta frente al la estación hubiese camas me hubiese que- enemigo, sobre él hubiera caído toda la enordado allí indefinidamente; pero, claro está, me responsabilidad del desastre irreparable. Lo verdaderamente asombroso no es que una estación con camas parecería un hotel, y, al parecer un hotel, parecería una esta- Francia hallara un Joffre sino que, durante ción, y la cosa resultaría demasiado com- la guerra, se. revelara toda una pléyade de insuperables jefes militares, aptos, no sólo plicada. por la ciencia, sino por la práctica de las JULIO C A M B A maniobras, los planes del Estado Mayor o las duras campañas coloniales. Tendríamos Nueva York, diciembre, 193 a que volver a la epopeya napoleónica para encontrar un conjunto, tan brillante de caudillos. Un Foch, un Fayolle, un Pétain, pro 1 OS C A U D I L L O S D E fesores de la Escuela de Guerra que habían de llegar a mariscales. Y adiestrados LA VICTORIA por una larga experiencia en las colonias Bien ha hecho Francia en rendir los su- de África o de Oriente, van apareciendo premos honores nacionales al vencedor del ante la admiración pública primero el proMarne, el silencioso Joffre. Su misma mo- pio Joffre, después el insigne Gallieni, el destia, después de haber salvado a su país intrépido Mangin, el heroico Gouraud. Junde la derrota, merecía este rayo dé gloria to a ellos el general Castelnau reanuda las postuma antes de que su nombre quedara hazañas gloriosas de sus antepasados, y el grabado definitivamente en el libro de la sagaz Weygand, brazo derecho de Foch, Historia. Porque Joffre ha sido el salvador será más tarde llamado el salvador de Pomilitar de. Francia frente a la invasión arro- lonia l l a d o s como Clemenceau fué más tarde, No puede omitirse en esta lista, harto el caudillo civil de la victoria, triunfando incompleta, el del mariscal Lyautey, gran sobre las intrigas políticas y el pesimismo colonizador de Marruecos por los servicios derrotista. prestados a Francia, aunque no ejerciera Foch, en realidad, pertenece, como jefe mando alguno en el frente. N i a Franchet supremo de los Ejércitos aliados, a lo que d Esperey, vencedor en los Balcanes, a la pudiéramos llamar una categoría interna- cabeza de los aliados. N i Maunpury, ni Decional. E l es el gran estratega de profun- beney, ni Guilláumat, ni tantos otros. Pordos conocimientos, infatigable energía y que es preciso tener en cuenta, para apreamplia visión, que manda a cientos de miles ciar el esfuerzo militar de Francia, lo que

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