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ABC SEVILLA 18-10-1931 página 56
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ABC SEVILLA 18-10-1931 página 56

  • EdiciónABC, SEVILLA
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N O V E L A P O R FERDINAND Sus investigaciones posteriores no les revelaron ninguna otra huella sospechosa en aquella parte del Hoggar; Basilis no tenía nada que temer en su escondite. Le bastaba con esperar pacientemente el momento de que ya no hablase nadie de él, y sólo pensó jen distraerse todo lo posible en su obligada soledad. Ni Azis ni Mosul podían quejarse. Se atracaban durante el día de carnero cebado, rodándolo con agua fresca de un manantial jprocedente de una fuente antigua adornada con una estatua; ftaimaban y dormían. I- ¡Me gustaría permanecer aquí hasta el fin de mi vida! -solía decir Azis, dando un codazo en un costado a su compañero dormido. ¡Ujú! -contestaba éste sin abrir los ojos. -No dudo de que tú lo conseguirás, ¡gran mulo! porque acaDarás por morirte a fuerza de dormir tanto. ¡U j ú! No lo creas; a veces me despierto para comer... ¡Ujú! ¡Ujú! -repitió Azis, burlándose de él- ¡Pareces un mochuelo! ¡No contestó -Mosul. Había vuelto a dormirse y roncaba como un camello. Mientras esto ocurría, los jefes de las tribus convocados por el Halcón del Desierto enviaron en todas direcciones destacamentos poco numerosos de tuaregs y bereberes a caballo, que comunicaban sin pérdida de tiempo las noticias que podían averiguar y volvían a marcharse otra vez. El trabajo era muy rudo y las pesquisas ineficaces. Soplaba el viento sin cesar, cubriendo con una gruesa cjapa de arena las huellas, recientes de camellos y caballos. Basilis había desaparecido como una bala disparada contra una nube. El Halcón del Desierto, taciturno e impaciente, seguía esperando noticias que no acababan- de llegar. Tampoco Djani daba señales de vida, y eso que ya habían transcurrido varios días desde su salida. Cuando llegaban los enviados, bajaban la cabeza tristemente y decían todos lo mismo: -Ala no nos ha concedido mirada de águila; no hemos pedido lar con las huellas del hombre a quien busca nuestro jefe. Una noche salió Román de su tienda y Hamo a Nabba. Media hora después, seguido por el gigante y por un camello cargado de cebada, carne seca y agua, salió del campamento. Cuando estuvieron más allá del valle del campamento, el simún les envolvió en nubes de polvo con tanta violencia que se encabritaron los caballos, resoplando y bajando la cabeza. Las espuelas morunas, agudas y largas, castigaron los ijares de los animales, que empezaron a dar saltos y a relinchar al mismo tiempo que avanzaban para retroceder en seguida obligados por la furia del viento. La mirada del Halcón buscaba por entre la niebla de arena movediza la dentada y tortuosa línea de las primeras colmas del Tassila. ¡Necesito estar allí antes de que se ponga el sol tras esas cimas! ¡Lo necesito! -murmuró apretando los dientes. ¡Yi al decirlo estimulaba a Nissam con las rodillas y le clavaba las espuelas, haciendo sangrar los ijares de su caballo blanco. Nabba seguía con mucho trabajo a su amo, y no sentía ya los asaltos furiosos del viento, comprendiendo que otro vientQ, más poderoso aún, impulsaba Hacia adelante a su jefe, sobre el cual se agitaban como las alas de un águila los faldones de su amplio, albornoz negro. OSSENDOWSKÍ CAPITULO I X Djani, diplomático, Mientras el Halcón del Desierto esperaba coff ansiedad alguna noticia y luchaba contra el simún, Djani alcanzaba al destacamento del conde de Ramencourt. Su empeño no carecía de dificultades; el joven oficial, queriendo evitar molestias a sus soldados, resolvió no perseguir a Litis por el momento, pues no daba con sus huellas, e interceptar a la caravana el paso a la frontera italiana. Enterado por los indígenas de los propósitos del capitán, se dirigió Djani apresuradamente al fuerte. Aún no había llegado el capitán, pues quería ahorrar esfuerzos a sus rendidos subordinados. Por eso se decidió Djani a salirle al encuentro. Cuando estuvo a una hora de camino del campamento del capitán le envió una carta escrita en árabe. -Mucho cuidado, Memed- -encargó al beréber que llevaba la misiva- Procura qué no te vea nadie, y, en caso de que te vean, no hables del jefe ni de mí. Echa la carta, sin que te vean, en la tienda del oficial y escápate en seguida. Sobre todo no te olvides de mirar bien hacia atrás para evitar que alguno se cuelgue del rabo de tu. camello. Se fué Memed y vio a unos pastores que llevaban un rebaño al campamento. En su compañía llegó al pueblo donde acampaba el destacamento, y después de cumplimentar su misión volvió al lado de su jefe, que le dio, muy satisfecho, nuevas instrucciones. -Cuando anochezca te esconderás en la entrada de la garganta que te he indicado. Si ves un hombre solo no te muevas; pero si ves varios juntos imita el grito quejumbroso de las aves nocturnas. Llegó la noche. Djani se escondió en el barranco y esperó con el oído atentó. E n su reloj eran las nueve. De pronto llegó a sus oídos el grito lastimoso de un ave: era la señal que daba Memed. Djani se metió apresuradamente en una resquebrajadura y observó el terreno que le rodeaba. Iban por la garganta varios hombres examinándola minuciosamente. ¡Qué demonio! -dijo uno de ellos en francés- Aquí no hay nadie. Nos han- dado un bromazo. Por junto al escondrijo de Djani pasaron unos hombres con uniforme de espahíes y luego oyó aquél el galope de sus caballos por la llanura. Aquella misma noche echó Memed en la tienda del capitán otra carta redactada así: He solicitado una entrevista reservada y sin testigos. No le amenaza a usted riesgo alguno, capitán. Se trata de la caravana a la cual persigue usted. Le espero en el sitio que le dije y sin armas. Esta vez no necesitó Memed lanzar desde su escondite de la entrada de la garganta el grito de las aves nocturnas. E l conde de Ramencourt llegaba solo. Djani le puso al corriente de los planes de Basilis, sin decirle que había sido aniquilada la caravana de Litis, y propuso al oficial que le acompañara sin tardanza al campamento de cierto hombre que perseguía al sirio. E l capitán accedió en el acto. -Tengo mucho interés en salvar a las muchachas que ha raptado ese canalla de Basilis- -añadió- Entre ellas, ¡ay! está mi prima. Mañana enviaré mi destacamento al fuerte y me iré con usted. ¿No sería mejor encontrar donde sea un automóvil? Tengo dinero bastante para comprarlo- -dijo Djani. -Se le puede alquilar uno al datilero de In SalaK- -contestó el capitán, (Se

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