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ABC SEVILLA 23-10-1931 página 46
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ABC SEVILLA 23-10-1931 página 46

  • EdiciónABC, SEVILLA
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NOVELA, P O R FERDINAND (CONTINUACIÓN) -E n cambio tendrían al hermoso sidi- -replicó el buscador de tesoros. E l sirio se sonrió y guiñó los ojos como los gatos cuando 1o s acarician. Mientras esto ocurría, los guías y los criados se ocuparon en organizar sitio donde pudiera residir su amo. Encontraron un edificio bien conservado y en él prepararon el alojamiento para Basilis y para Axius. De los bultos del mercader sacaron alfombras, tejidos diversos, pieles y hasta preciosos objetos de arte comprados en Casablanca. Con todo ello transformaron la estancia antigua en una habitación muy confortable. Azis y Mosul, lo mismo que los criados del sirio, plantaron sus ¡tiendas cerca de allí. E l prudente Basilis resolvió permanecer en aquellas ruinas mucho tiempo para que así se olvidaran de él los que tenían interés en cogerle. Como disponía de muchísimo dinero y de una considerables caravana de camellos, no temía al hambre. Azis podía abastecer el campamento comprando provisiones en los oasis más cercanos. Para los camellos había alimento bastante en las laderas de las montañas, donde crecían en abundancia diversos arbustos esparto. E n un edificio viejo y ruinoso, no lejos del Foro, quedaba una sala grande con pavimento de mármol y en el centro un surtidor con taza de piedra, muy bien conservado todo. L a casa aquella debió de ser establecimiento de baños públicos en la antigua Fides. Luego de adornarla con telas y alfombras, pieles y cojines, los criados del sirio instalaron en ella a las bellas cautivas. Instantes después llevaron allí a Irene Oranowska, que se quedó estupefacta al ver aquel grupo de muchachas rendidas y cubiertas de polvo. ¿Quién es usted? -le preguntó una de ellas, francesa, de alta estatura y de rostro altanero y tostado por el sol- Y o soy la señorita de ¡Rostand. ¡L a familia de los condes de Rostand vengará este ultraje! ¡Yi el mío! -exclamó una rubita apretando los puños. -Tranquilícense ustedes- -contestó Irene, trastornada ante el espectáculo de todas aquellas jóvenes- Me parece que no habrá mucha diferencia entre mi situación y la de ustedes... Me han raptado... iY a nosotras también! -dijeron varias voces. -Tenemos, pues, que ponernos de acuerdo y pensar en el modo j f defendernos- -añadió la discípula de Motylinsky. ee Las prisioneras de Basilis se dieron a conocer una por una en seguida y se refirieron la historia de su vida hasta el momento de su rapto y el de su llegada a aquella sala cuya arquitectura y cuyos bellos mosaicos interesaron a Irene únicamente. La joven polaca sumaba una nacionalidad más a aquel grupo, que contaba ya con cuatro inglesas, dos norteamericanas, una francesa, una alemana, una española y una italiana. A pesar de la intranquilidad que padecía en tan trágicas cir cunstancias, Irene estudió con interés a sus compañeras, de cautiverio, para conocer el carácter de cada una y darles la misión más apropiada en el plan que estab madurando. a OSSENDOWSKi La bella y dulce italiana, Liliana Costáglione, parecía una. esfatua de la desesperación. L a sonrisa había huido de su rostro inerte y pálido, constantemente bañado en lágrimas. -No puedo contar con ella- -pensaba Irene- Está tan apurada ¡que no tendría ánimos para protestar ni para defenderse. M á s bien será un estorbo en caso de peligro o de lucha... Isabel Cortés, española valenciana, de dieciséis años, rubia doteda, con ojos azules, naricillas trémulas y muy callada, jugab? continuamente con un abrecartas de forma de puñalito. -Esta será muy útil para amenazar á nuestros enemigos- -bpi- naba la joven polaca. La alemana, Emilia Wolfhein, reveló desde el primer momento la habilidad organizadora de su raza. -No hay que preocuparse con lo porvenir en estos instantes- -dijo el primer día de su estancia en Fides- Dediquémonos a trabajar desde ahora mismo. Y después de decir esto distribuyó tareas a sus compañeras, exhortándolas a cuidar de su compostura, de su tocado; a lavar su ropa, a cepillar sus vestidos y su. calzado. Hizo un reparto de las horas del día, y advirtió a Mosul, que era el que hacía las veces de criado con las cautivas, que tendría que atenerse a él. Irene comprendió que aquel carácter práctico y sistemático ejercería excelente influencia en sus compañeras. Y así f u é en cuanto su existencia estuvo reglamentada, hasta la desesperación de Liliana se calmó sensiblemente. -Las inglesas Jenny, Eva, Mary y Molly se parecían mucho. Tranquilas y serenas, sin arrebatarse ni desesperarse nunca, declararon que harían todos los esfuerzos necesarios -para librarse de aquellos hombres aborrecibles. -Además- -añadían, convencidas- toda la Marina, de guerra de la Gran Bretaña será movilizada para vengar la afrenta que se nos ha hecho. ¡S í pero no podrá llegar hasta el. interior del Sahara, donde nos encontramos! -objetó, riéndose, Emilia Wolfheim- ¡N o nos fiemos mucho de ella í- -Necesitamos salir de aquí, y saldremos- -replicó Jenny con voz tranquila. -0 course- -añadieron Eva y Molly, -S í pero ¿cómo, cómo? -exclamaba, impaciente, la española. -Todavía no lo sé- -contestó Mary- ¡But it must be done! La señorita Georgina de Rostand no era tan confiada como las inglesas, ni tan apasionada como la española, ni tan sistemática y Sensata como la suave Emilia Wolfheim; tampoco compartía la desesperación de la bella italiana; pero, en cambio, era a más actil va de todas ellas. Se la veía en todas partes, escudriñando todos los rincones de su prisión y comunicando inmediatamente a sus compañeras las observaciones que hacía. Irene advirtió en seguida que la francesa tenía mucha iniciativa y forjaba toda clase de planes en su cabecita. Pero Georgina era la primera que los hacía pasar por el cedazo de una crítica severa y los rechazaba. No se desanimaba, sin embargo, y seguía buscando el medio de salir de aquella situación. Aún no habían pasado tres días cuando Georgina hizo dos descubrimientos. Halló entre los escombros amontonados en un rincón de la sala una abertura que iba a dar al subterráneo, y en la pared unas piedras salientes que podían servir para llegar hasta la ventana. -Tenemos dos sitios por donde huir- -dijo en voz baja a sus compañeras. -Eso no es seguro- -contestó Emilia Wolfheim- Los subterráneos pueden carecer de salida y por esas piedras es muy difícil trepar. Además, ¿quién sabe lo que ocurriría si pudiéramos llegar hasta la ventana? ¿Quién dice que nuestros raptores no han puesto centinelas? r- ¡En seguida lo sabremos! -exclamaron las norteamericanas Betty Crawford y Margaret Irvíng, muchachas ágiles, dé ojos claros y reveladores de un carácter resuelto- ¡Ayudadnos! Cogieron un chai de seda, lo retorcieron y lo introdujeron por la abertura. -Sujetad bien la punta, que voy a practicar un reconocimiento- -dijo la menuda Betty, remangándose las mangas de la blusa. 1 (Se continuará. -i- -7i r- ¡ri: niT

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