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ABC SEVILLA 15-11-1931 página 15
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ABC SEVILLA 15-11-1931 página 15

  • EdiciónABC, SEVILLA
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DE LA VIDA EXÓTICA LAS FUTURAS GEISHAS GE I. S H A S Y BA YA DE R A S gún gran filósofo ha sido un hombre feliz. ¿A qué edad se le ocurre a Salomón escribir Los proverbios y el Ecclesiastésf A l bordear el siglo, cuando ya no puede hacer otra cosa. L a geisha es una bailarina que puede ascender a la categoría de dama. Se educa, no sólo para recrear al público con los ritmos de su cuerpo al son de la música, sino para. entretenerle con la conversación. L a geisha- -escribe Chauneloh en un libro lleno de amenidad- -no es todo el Japón; pero ilumina con su sonrisa una gran parte del Japón. No. nos encontramos geishas en todo el Imperio, desde Sapporo á Nagasaki. ComO la almea del Islam y la bayadera de Brahma, cuida de conciliar sus funciones tradicionales con el deber de seducir En su arte entran, por dosis proporcionadas, la religión y la sensualidad pintoresca. Es influyente y popular. Canta y baila con oportunidad, y en las horas libres conversa. Es instruida y delicada de trato. De ahí su ascendiente sobre el japonés, que la considera como su amiga. L a geisha es, por decirlo así, una señorita que se divierte y divierte a los denlas, conservando la finura de maneras que la atribuye la leyenda. ¿Que puede corromperse y extraviarse? L a carne es flaca en el Japón como en todas partes. Pero, de ordinario, la geisha no se pervierte ni se achabacana; Cualquiera que sea. la actitud que adopte salva su decoro de presencia. E l respeto que inspira se debe más a su pasado que a su presente. Antaño, la geisha encarnaba y rimaba con sus canciones y con sus artísticos movimientos los dogmas religiosos del archipiélago nipón. DELANTÉMONOS a declarar, antes de que se nos eche en cara nuestra ignorancia del Japón y de sus costumbres, que todo lo que sabemos de aquel país, que no es mucho, ha llegado a nuestro conocimiento por los libros, pues, no habiendo pasado en nuestros viajes del cercano Oriente, carecemos de la experiencia personal que se recoge en la tierra visitada. Saber del mundo por impresiones ajenas es un placer tan mediocre como beber vino aguado o fumar tabaco de colillas. A depender de nuestra voluntad, hace va mucho tiempo que nos hubiéramos embarcado con rumbo a aquel Imperio, que, no obstante sus. tendencias a europeizarse, no se ha desprendido todavía de su carácter tradicional en ninguno de los aspectos de la vida. Es fiel a la religión, de sus antepasados y dentro del territorio se atiene á los usos que ellos le han transmitido, lo cual no le impide el figurar entre las potencias de primer orden. Parece que las virtudes fundamentales del japonés son el patriotismo, la sobriedad, la reserva y la resignación. U n hombre no se considera allí en la plenitud de su fuerza si no sabe dominarse. Con el extranjero es cortés y frío, sin dejar de mostrarse servicial. Es, en suma, civilizado. De ellas se asegura que cualquiera que sea la clase social a que pertenezcan, se desviven. por parecer simpáticas y por agradar. Su noción del pudor no las estorba para seducir, lo cual es. una ventaja para el europeo, sobre todo si es español, pues, acostumbrado a invertir en, el asedio de una mujer el mismo tiempo aproximadamente que emplearon los A alemanes en el cerco de Verdún, experimenta una. alentadora sorpresa al encontrarse con una tramitación del amor rápida y satisfactoria. Es evidente que no todo el sexo muéstrase tan acomodaticio. En Asia como en Europa, la simpatía interviene y en muchos casos decide dé unas relaciones. Pero, en general, parece ser que la intransigencia es allí de mal gusto. Tierra próvida, llena de encantos, es frecuente que el viajero sienta al abandonarla la nostalgia del bien perdido. Lofcadio Hearn, el escritor inglés, que fué a pasar una temporada en el Japón, se quedó allí definitivamente, y hasta se ha dicho que se naturalizó. Ubi bene, ibi patria... De todas suertes, no creo que aquel ilustre literato, tan íntegro de carácter y tan poco sensible a las frivolidades de la vida como suelen serlo los pensadores de su jerarquía intelectual, hiciera del Japón su patria adoptiva por el amor de una geisha. Pero, a lo mejor, un filósofo, al ver una mujer bella, desciende de las nubes; y empieza a hacer las mismas tonterías que un hombre cualquiera en edad de amar. Las geishas tienen, según parece, un gancho irresistible. Suelen empezar bailando, y no es raro que acaben haciendo bailar al hombre aunque sea filósofo. Es humano que así sea, pues, después de todo, las. ideas son posteriores a las imágenes en el orden de la creación, y el hombre, antes de inventar la estética, se entusiasmó de la obra de arte viva que es una mujer. Luego, si el experimento le salió mal, se puso a filosofar, esto es, a ennegrecer un poco la existencia del prójimo para vengarse de su decepción. N i n-

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