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ABC SEVILLA 13-03-1932 página 13
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ABC SEVILLA 13-03-1932 página 13

  • EdiciónABC, SEVILLA
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d MJQR DE L O S GLerfo portero de aquella casa era excepcional. Desempeñaba el cargo con tanto anior y entusiasmo que üe puesto humilde lo había elevado a la categoría le puerto dificil e importante A l encontrarse frente al portero, con la taiga dignidad de su librea bien ajustada. gesto exacto y su ademan preciso, muchos señorones se encontraban un poco desasosegados, como si fueran ellos poco señores para aquel gran portero y como si los cargas que ocupaban en sus vidas les v i nieran un poco anchos. Se llamaba Pedro, porque no podía llamarse con ningún- otro nombre, y tenia dos hijos: un varón y una hembra, porque ese W el número exacto de hijos que debe de tiTtcr un buen portero para que esté bien atendida la portería. Su mujer, aunque existía, no se la veía nunca ni se la oía jamis. E n sos dos ademanes más distintos y característicos, aquellos de derecha e izquierda, correspondientes a cada uno de su brazos y a cada una de las dos escaleras opuestas: principal y servicio, jamás se había i- quivocado ni de ademán a escalera ni de r- cnlera a sujeto- A s i en cierta ocasión Mínalo con su diestra escalera de señores al general revolucionario disfrazado de mendigo, y a un electricista que se presentó de smoking le marcó con su siniestra la escalera de proletarios. Aquel portero, que se llamaba necesariamente Pedro, parecía haber ganado el puesto que ocupaba por oposición y después de haber desarrollado an e un tribunal de señores el más dificil de todos los temas: Uso exacto de las escaleras y forma de i n dicarlo con precisión Para cada hora del día y para cada menester tenia Pedro su equipo adecuado e impecable, vestido con tanta escrupulosidad como ponen los actores en su caracterización... En realidad eso parecía él, un actor magnífico representando sín interrupción el papel de portero en el escenario del portal m donde los otros actores apenas duraban unos segundos para no empañar con su presencia el papel del primer actor. E n las primeras horas de la mañana, cuando todavía dormía el ascensor en el hueco de la escalera principal, bien abrieada con la alfombra de nudo. Pedro baldeaba los patios interiores, vistiendo largo mandil de ñute, gorra de lo mismo y roncos zuecos. Sólo en este menester podía vérsele fumar en pipa marinera... Después, para la tarca más fina de quitar el polvo con el gran plumero, gue estremecía de cosquillas la essadesde el sótano a la azotea, Pedro substituía el mandil de hule por otro de franela rayada en rojo y negro... Más tarde, E con guerrera corta de cuello cerrado, limpiaba los metale que venían a significar las- joyas del edificio, y, por último, sobre las once y media, que era la hora en que el ascensor despertaba, ensayando sus primeros pinitos a levantarse sobre sus pata elásticas para fisgonear en las puertas de los písos, el portero Pedro se entundaba en larga librea negra con adornos de pasamanería negra y glandes botones niquelados, se tocaba con su gorra de ancho plato y complicado galón de plata y se calzaba los guantes blancos, que jamás se ensuciaban en sus manos, E s un portero de los que no quedan se decían todos los señores al verle, y en los primeros diez minutos de todas las v i sitas que recibían los que habitaban en aquella casa no se hablaba más que del extraordinario portero, que sabía saludar con corrección sin igual- -llevándose la punta de los dedos al borde de la visera e inclinando su estirado cuerpo sólo lo suficiente para que su librea quedara dos dedos más larga por delante que por detrás- -y sabia servirles el ascensor de tal forma que los v i sitantes creían subir a los cielos impulsados por el mismísimo San Pedro. Los abastecedores, y en general todos los que tenían que utilizar la escalera de servicio, también alababan al portero, no con el respeto forzado y rencoroso del cabo a su sargento, sino con la admiración Infelii del soldado al general... Cuando en otras casa sufrían los rigores de otros porteros se acordaban de Pedro y le ponían como ejemplo a imitar. En la azotea y en los sótanos reinaba la mis absoluta tranquilidad y buena armonía gracias a la vigilancia y regencia de la portera, que gobernaba e n aquella zona con poder conferido por su marido. Las criada de los cuatro pisos jamás habían alterado el riguroso orden establecido para tender la ropa ni habían escandalizado en los pasillos del sótano, en donde los ratones circulaban con perfecto orden y sólo para llegar a su habitación particular: E l cuarto de las ratas A l hijo y a la hija de Pedro apenas se les veía de tarde en tarde, asomados Ira los cristales de la portería- como si estuvie en allí de porteros suplentes para el caso de tener que substituir a sus padres por fuerza mavor en las tarcas de su cargo. Eran los hijos de aquellos porteros como los jugadores de fútbol preparados para salir al campo cuando se lesiona un jugador activo... Eran como las ruedas de recambio de los automóviles. Lo verdaderamente extraño en aquella casa era lo poco que duraban los inquilinos. Era extraño e incomprensible para el dueño, porque todos se despedían a los pocos meses sin razón justincada y con un singular embrollo al tratar de ju ificar su marcha... Tanto más extraña era la cosa cuanto que los pisos volvían a ser alquilados en seguida, ya que por su renta constituían una de esas gangas que convierten los balcones en árboles de otoño por como se desprenden de ellos las hojas blancas de los alharanes. E l casero comenzó a investigar las causas que determinaban en su casa aquella constante renovación de inquilinos; pero cuando interrogaba a Pedro la contestación era invariablemente la misma: Y o pongo todo mi cuidado en atender a los señores y les sirvo con esmero... Cuando preguntaba a los inquilinos que se despedían, exigiéndoles casi los motivos de su huida, todos respondían lo mismo: Estamos encantados con el piso, sentimos mucho dejarlo; pero hay algo que nos tiene aquí desarraigados, como plantas con poca tierra para crecer Todos los íeñore? i se despedían, además, hacienda extraordinarias alabanzas del portero y de so familia. E l casero terminó por convencerse de que nunca llegaría fl saber oué clase de fantasmas se habían apoderado de su casa para echar de ella a sus vecinos, no por el miedo como oíros fantasmas, sino por inculcarles una clase de microbios desconocidos basta entonces: el microbio de la mudanza. En un verano, cuando menos lo esperaba v cuando ya había renunciado a ello, el casero se encontró de pronto en posesión de la verdad... Ocurrió la cosa porque, encontrándose tres día solo en su casa, a caina de un viaje inesperado que interrumpió su veraneo, tuvo que ser atendido por la portera.

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