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ABC SEVILLA 22-05-1932 página 9
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ABC SEVILLA 22-05-1932 página 9

  • EdiciónABC, SEVILLA
  • Página9
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tante de noche. Todos convinieron en que el tercer médico era utt animal; pero cambiaron el apodo de Chaves, que ya no fué el Noctámbulo, tú el Dormilón, sino el Desvelado, y así le anunciaban los carteles de la plaza de toros de Lima, en su quinta corrida, que fué la primera y la única que presencié. Juro que no vi hasta entonces, ni espero ver jamás, maravilla taurómaca semejante. No es fácil que se me olviden aquellos lances de capa, en que de tanto como toreaba el torero, sin moverse, más parecía que el toro se toreaba a sí mis, mo. Este era de gran trapío, colorado, ojo de perdiz, astiblanco y b i e n puesto, casta de Miura, aunque no lo pareciese por la nobleza y lentitud de sus acometidas, que era un toro de carril, la consabida p e r a en dulce bravo sin codicia y pastueño sin mansedumbre; pero la estampa y la pinta traíanme al recuerdo la visión terrible de aquel tristemente famoso Perdigón, que mató al Espartero, con lo cual se sumaban susto y emoción sentimental a la estética emoción, puramente taurófila, de los lances inverosímiles, Manuel Chaves, Cara- ancha redivivo, era una estatua grande y maciza, pero lleno de armoniosa euritmia, que, moviendo apenas los brazos, en un i alettti cinematográfico, lanceaba como si lo hiciera por música, en Un tiempo de adagio ihaestoso. Las manos muy bajas, arrastrando el capote, casi ho cargaban la suerte, y sólo el pulso de la mano de fuera la mano de la salida hacía ondular, con un imperceptible movimiento de muñeca, los vuelos del capote, y prendido de ellos pasó y volvió a pasar cuatro vecesel toro en la angustia admirable y grandiosa de cuatro verónicas eternas. Aquel era un toreo sevillano, pero de la Sevilla campesina y no dé la Sevilla ciudadana no tenía la alegría el color, la gracia pompeyana y moruna, ni los florones, los arabescos y los azulejos de las torres que decoran la ciudad incomparable; pero era largo y tirado como la salida de una so 4 eá; claro, fuerte, rendido, lánguido y caliente, de cereza y de sol. No era torear: era renunciar a la vida por la belleza de Una actitud. Luego, en la media verónica del remate, se envolvió en la seda, como quien se abriga, y se tiró tan hacia atrás y tan cerca el toro, con tan supremo desdén, y se apoyó de tal forma en la testuz, como ansioso de. reposar en? lla, que él cornúpeto lo empujó suavemente, sin fuerzas por la corta distancia para desarrollar el testarazo, y el torero dio un traspiés y quedó de nuevo erguido, extraviada la mirada, con una expresión de sordo y de alucinado que vuelve de su éxtasis por el fragor de la ovación. -t Se duerme toreando -exclamé entusiasmado, v un hombrecillo menudo y viejo, facha de banderillero retirado, que hallábase a mi vera en el tendido, me argüyó con acento andaluz, dando certeza de realidad a mi hipérbole: -Ole, asín mismo e; ¡se duerme toreando! ¡Como que torea dormido! ¡Pero dormido entero y pleno, no se vayaste a creé otra cosa! Este torero es el más medroso (i que usté se puede pensá: no tiene afisión, ni tiene vergüensa. ni sabe torea. H a aprendió eso de verlo hasé a los otro, y lo exagera porque tiene sueño. ¡Sí, seño: sueño! E l primer miedo lo pasa cuando lo ajustan pa torea y ya no puede dormí en toda la semana. Usté no sabe los menjurje que toma por mo de encontrá descanso; pero, ca, -si el miedo no lo deja! Se levanta en la noche diez o dose veses, y asín anda luego, que se duerme a chorros por los rincone. Y como mente, y tres naturales en los que apenas movió fa muñeca, ondulando la muleta en la misma forma que el capote al lancear. Quedáronse otra vez quieto el toro y quieto el torero, preparado para el pase de pecho; ahinqué en él la mirada, observándole, sin querer creer en lo que veía; la lidia se interrumpía unos minutos, y aquel hombre aguardando la acometida, en vez de alegrar al enemigo, iba perdiendo la gallardía de la apostura, comenzaba a aflojarse, cabeceaba... ¡Sí, señor; no cabía duda, se dormía de pie, estaba completa y absolutamente dormido, y la plaza entefa rompió a gritar: ¡Anda, vamos! ¡Alégrale, cítale! ¡Que es para hoy! Manolo Chaves abrió los ojos, pestañeando, y tornó a erguirse, tembloroso y sobresaltado, y Como quien vuelve en sí y se acuerda de pronto, lió la muleta ¿armó el brazo y se dejó caer acostándose en la cuna Nunca mejor empleada la frase, porque era verdad que se acostaba. S a l i ó despedido, hacia lo alto: un múltiple alarido de horror acompañaba su ascensión un momento, nada más, se agitó en el aire el pelele brillante, y cayó flaccido, desarticulado, acaso roto por dentro, hecho urt ovillo que se desmadejó sobre l a arena en un espantoso estirón. Mientras los monos sabios se llevaban el cuerpo de Manuel, el toro, con el estoque hasta las cintas en los rubios de la rubia piel, danzó unos pasos de la danza de la muerte y se desplomó pesadamente, vueltas ál sol las cuatro pesuñas, rígidas y temblorosas las patas, cpmo convulsionadas por una descarga eléctrica. en cuantito que se duerme se pone a soñá con el toro... pos ya está sobresaltao y más despierto que Una liebre. ¡Josú, qué desgraciao! Desde el jueve no puede ni come ni dormí. Tota; que cuando sale a la plasa y sale el toro, como pa torea se tiene que olvida del miedo, y en la inminensia del peligro se le quita... pos se duerme con toa tranquiliá, ya no tiene que pensarlo, y torea dormido, sí, señó, soñando... y tan soñando: mirelusté. Y o no salía de mi asombro. Por el contrario, la figura del torero, descansando sentado en el estribo mientras toreaban los demás, aumentaba mi estupefacción. En efecto, aquel hombre estaba allí, dando cabezadas, ajeno a la lidia, entornados los ojos, sin mirar, sin acudir a los quites, mientras el bruto tiraba caballos por el aire y caían como sacos rellenos de hierro, con un ruido crujiente y seco, los picadores. Cuando el clarín anunció el último tercio, se desperezó tranquilamente, lanzó un bostezo enorme, como para tragarse la plaza entera, y tras de brindar, desganado y lacónico, marchó a pasos lentos, hacia el tercio, a enfrentarse con el toro, que, rojo de sangre todo el cuarto delantero, desde los buidos pitones hasta las finas pesuñas, era, inmóvil, como una gran olla viva, humeante por el hocico; un vientecillo suave le rizaba sobre el lomo el papel picado de las banderillas multicolores. Fueron cuatro pases de asombro: el ayudado, como quien levanta un telón, lenta- Cuando leí el parte facultativo me convencí de que aquella era una tarde de milagros. Decía así: Acabada la lidia del primer toro ha ingresado en esta enfermería el diestro Manuel Chaves, sin herida ni contusión alguna, atacado. repentinamente de una encefalitis letárgica que le impide continuar la lidia. Pronóstico grave. Me fuí de Lima; pasaron años; nunca más volví a saber de Manuel Chaves, y de repente una noche leí en la cartelera de un teatro de Barcelona: Gran concurso de baile de resistencia; ya no queda en pie más que una pareja; la holandesa Olga y el célebre Sonámbulo, que lleva bailando sin parar quinientas cincuenta y siete horas E n tré. ¡Era él! E l sonámbulo era Manuel Chaves. Allí estaba, viejo y flaco; prendido, medio tumbado, mejor, sobre el cuerpo más flaco todavía de una sufragista horrible, con la cabellera de estopa, que bailaba con él como con un muerto. Manolo se dejaba llevar como un parapléjico; cerrados los ojos, flaccidos los pemiles de trapo de sus holgados pantalones, como si arrastrase dos trompas de elefante. Y bailaba, bailaba como había toreado en su mocedad: ausente, insensible; completa y absolutamente dormido. FELIPE S A S S O N E (Dibujos de Casero.

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