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ABC SEVILLA 05-07-1932 página 50
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ABC SEVILLA 05-07-1932 página 50

  • EdiciónABC, SEVILLA
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NOVELA P 0 H EMILIA PARDO (CONTINUACíON) se e n g a ñ e! Porque si hubiese habido alguien tan infame que se atreviese... Y l a cara moae na y aguileña de Esteban adquirió, en la energía de su expresión le cólera y odio, la dureza de una faz metálica, fundida en bronce. -Sea l o que sea, Esteban, usted se va en seguida- -ordenó R o sario- N i un minuto m á s se detiene usted: aquí. Ñ o hace usted falta; con Cipiriano y l o s troncos de diario tenemos servicio. Y o me encargo de excusarle con S u Alteza. V a y a tranquilo, consuele a su madre... Esteban, balbuciendo frases de agradecimiento, dio todavía a l gunas vueltas a su gorra antes de resolverse a marcharse; y, decidiéndose, por último, d i j o -No. voy tranquilo, señora... por los troncos buenos. E l flor de romero, sobre todo, que n o l o pongan en manos de algún torpe... ¡P o d r í a ocurrirle a S u Alteza un lance... S i hubiese en Monaco cocheros que supiesen su obligación... Son caballos j ó venes, muy inquietos y de mucho poder; no van a estarse así tanto tiempo sin trabajar... y el que los saque, necesita saber lo que lleva... -N o se apure usted- -dijo ¡Rosario, compadecida del fiel servidor- Todo se a r r e g l a r á le doy mi palabra. Aproveche usted el tiempo y vayase cuanto antes, sin pensar en nada más. A h o r a mismo le m a n d a r é dinero para el viaje. Apenas se había retirado Esteban, cuando una sombra se atravesó entre Rosario y la luz, y el grito que l a chilena iba a exhalar se ahogó en su garganta al reconocer a Yalomitsa. E r a sí, el bohemio; pero en un estado de tan lastimosa decadencia, tan lacio de melena, tan convertido su vivo color de cobre en entono verdoso que presta l a enfermedad a los rostros morenos- -lastimera transformación de aquel Gregorio alegre e improvisor, como un n i ñ o o como u n p á j a r o- que l a chilena, en vez de tenderle las dos manos, -con el amistoso ímpetu de l a confianza, con l a afable franqueza de l a hospitalidad, se detuvo sobrecogida. ¿N o me conoces ya, S a r i? -p r e g u n t ó tristemente el bohemio- ¿H a s renegado t ú también? ¡G r e g o r i o! -m u m u r ó par fin, ella, acercándose- ¡G r a c i a s a D i o s! Y o le había dicho a Felipe que le escribiese a usted convidándole a venir... -Nada me ha escrito, -hija mía... Y era natural. Felipe no quería yerme, no. E s decir, el que no quería verme... ya no es Felipe, m i L i p e m i amigo, a quien de niño tuve a cabaho en las rodillas. E l que no quería verme es S u Alteza, el príncipe F e lipe M a r í a de Leonato, heredero del trono de Dacia, y aclamado en Monaco hace pocas horas... Vengo bien informado, como ve Tengo noticias frescas... -L o que v e n d r á usted es muy cansado, muy deseoso de bañ a r s e y reposar, y de tomar algo... ¡D e comer... r a z ó n tienes! -contestó melancólicamente Y a l o mitsa- ¡N o todos los días he comido en P a r í s esta temporada, hija del c o r a z ó n! ¡E l comer es u n lujo como otro cualquiera... y yo... q u é diablos... -Pero, ¿por q u é no se ha venido usted, Gregorio, escapado, derecho aquí? ¿N o somos sus amigos? ¿Nos ha jugado usted una mala partida... ¿V e n i r? ¿A estorbaros, a estropear los únicos días buenos que en l a vida habéis tenido? Yalomitsa no hace eso... S i me ves a q u í ahora, es que he sabido l a presencia de M i r a y a y puesto que aguantáis a ése, me aguantaréis a mí. -H a hecho usted muy mal en no venir antes... E n fin, no le quiero r e ñ i r m á s -M i trabajo me ha costado pagar el viaje, N o creas que el dinero se encuentra debajo de las piedras, ni que la gente To suelta de buena gana. Creen todos que las monedas, si las guardan, van a acompañarles hasta la sepultura; que se las van a llevar en el bclsiMo al otro mundo. BAZAN ¿Por qué no escribió usted? -insistió Rosario, cada vez. m á s cariñosa, sintiendo los efectos de una tierna lástima ante aquella derrotada catadura- L e hubiésemos enviado a vuelta de carreo cuanto le hiciese falta. ¡P c h! ¡E s c r i b i r y o! ¡E s c r i b i r por fnonises! N o hija... Y a sabes que detesto escribir. N o hay invención m á s estúpida que la de l a tinta. ¡A s í se llevase Judas Iscariote, a todos los que embadurnan pape! empezando por el lagartón de Miraya, que tiene la culpa de, la mitad de tus desgracias, pobrecilla! Rosario hizo un movimiento, sorprendida de aquél rasgo de sagacidad del bohemio. ¡Es usted incorregible! -dijo sonriendo y b r o m e a n d o- -V e n ga usted- -añadió- venga usted a descansar, a asearse, que después se le a r r e g l a r á de ropa... E l príncipe se cuidará de esc. ¿E l príncipe? ¿H a y algún principe aquí? -preguntó, el bohemio, enseñando sus dientes blancos y agudos- S i hay p r í n cipes, que me lo avisen... porque pondré pies en polvorosa... -Para usted sólo hay aquí amigos, Gregor... Tenga usted juicio alguna vez y déjese guiar. L e cuidaremos, le trataremos divinamente y volverá usted a estar tan bien y tan satisfecho como en P a r í s N o se oponga usted a que yo le mime. -P o r tí; hija mía... por ti me pongo y o a cuatro patas. de alfombra de esos piececitos, -que deben moldearse en oro, para que la, posteridad sepa lo que es un pie de mujer hermosa, un verdadero pie de los países del sol. Pero por mí, ¿qué m á s da? N o creas, al verme tan flaco y tan verde, que l a causa de m i abatimiento es l a miseria. N o es que me puse. de mal humor, caí enfermo y me hallé sólito, olvidado de todos, próximo a reventar en un rincón como un perro... Tenga yo salud y me reiré del mundo y, sobre todo, del dinero, del maldecido dinero, por el cual se hacen tantas picardías y tantas indecencias, como si al morirnos no hubiésemos de dejarlo ahí todo, todo... M i r a el día en que tu Felipe se ponga majadero con la corona, ¿sabes? a Gregorio Yalomitsa no le faltan recursos j a m á s A g a r r o mi v i o lín y mé voy por los caminos y las aldeas, tocando mis himnos y mis sonatas, m á s contento que un arzobispo. ¿Aquí me dan un pedazo de pan; allí un vaso de vino o una copula de aguardiente; este me ofrece un cigarro, el otro me suelta un par, de botas viejas, tan viejas como las que llevo ahora... ¡Y Gregorio vive, y Gregorio se ríe de l a suerte y de las mojigangas y farsas de este mundo! ¡E s a vida fué l a de mis primeros años... y sólo en ella se es libre y dichoso! w A l hablar así, ya la expresiva y gesticuladora faz se había iluminado y transformado; corría, por ella otra vez la sangre, los ojos, de azulada córnea, brillaban, y el pelo, revuelto, vibraba y se sacudía, como el de los monigotes de medula de saúco sometidos a los efectos de la corriente. -Pero, Gregor- -objetó Rosario- no me n e g a r á usted que. ese traje andrajoso... Hablando así le remiraba, y notaba lo mugriento de la corbata, la absoluta falta de botones del. chaleco, lo destrozado. del pantalón y el lastimoso estado de las altas botas, pareciéndole que se reían al borde de la suela, y que las arrugas no eran arrugas ya, sino, cortes transversales. ¿M i r a s m i facha? -exclamó regocijadamente el bohemio- ¡Mírala, hija, que tiene que v e r! E n las estaciones te aseguro que he pasado ratos deliciosos. Aquí, donde todo se vuelve elegancia, última moda y lujor- -un lujo; exagerado, y ridículo, dei coeoítes- aquí, donde las mujeres se pasean por el andén con doscientos francos de plumas en los sombreros de paja y m i l de encajes, en el vestido de batista, me han mirado como se mira a un ser caído de otro planeta, y he oído carcajadas detrás de los abanicos. ¡S i te dijese que el cobrador quería echarme ¡del

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