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ABC SEVILLA 03-03-1956 página 31
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ABC SEVILLA 03-03-1956 página 31

  • EdiciónABC, SEVILLA
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Wolfgang, iue si nos mantenemos fuertes y aguantamos, la wictoria será nuestra. Ayuulias fueron sus últimas palabras. La bandera blanca... ¡Nunca! Un salvaje tiroteo. Los sacos terreros volvían a caerse. El polvo llegaba hasta los últimos rincones del refugio. Se había abierto un nuevo agujero. El agujero debía ser cerrado inmediatamente. ¡Tenía que ser cerrado a toda costa! Ayudado por dos hombres, se puso a trabajar. La ametralladora enemiga abrió un segundo ¡boquete las balas silbaron en el interior dej y refugio. Toda su familia había sido dispersada; sólo su padre estaba en Hermsdorf. Y Agnes también estaba en Berlín. Debía estar metida en algún reducto del Werwolf ¿Capitular? ¡Nunca! ¡Agnes no se avergonzaría de él! -iNo hay nada que hacer, mi comandante! Hasse miró a quien le acababa de hablar. Un rostro con lentes. Unos soldados le rodearon. ¿Qué querían? E l paisano le dijo unas palabras que él no entendió. -No hay nada que hacer, comandante. ¡Capitular! -dijo otro. ¡Nunca! ¡Hasta él último cartucho! Ya era demasiado tarde. La puerta fué echada abajo. Con los brazos en alto, una riada de ¡hombres, mujeres y niños salió del refugio. Y él, arrastrado por la corriente, fué empujado hacia afuera. Brazos levantados. Trapos blancos en el aire. ¡Los rusos! ¿Quién manda aquí? -preguntó un ruso. Quería saber quién era el oficial de mas graduación; la persona que con tanta tenacidad hai ía defendido aquella posición. No necesitó preguntarlo dos veces. La gente se apartó de Hasse. Un soldado rojo golpeó a Hasse en el rostro y le hizo caer al suelo. Y otro, el que acababa de formular la pregunta, apuntó a Hasse y, cuando éste trató de incorporarse, le disparó tres tiros en la nuca. MAM tienes- -dijo. Y luego, volviéndose a las mujeres, dijo: Mujeres, a casa; niños, a casa. -r- Y, en seguida, a los paisanos: ¡Nu Daway! Y con el cañón de la pistola señaló hacia el canal, por donde corría la carretera número 96. -Aquí estará muy bien. Este espacio despejado será un magnífico emplazamiento y los árboles de aquí alrededor serán un estupendo camuflaje. Dicho y hecho. Montado a caballo, el Jefe de la ¡batería entró en el Hospital 122 por la puerta principal. Un sargento primero de Caballería y unos soldados empujaron dos obuses de 15 cm. Los emplazaron frente al hospital. Apenas habían comenzado sus preparativos, cuando, acompañado de un sargento y de un suboficial, apareció el jefe deí hospital, teniente coronel doctor Theysen. -Óigame usted, capitán: creo que se ha equivocado de dirección, -No; de ninguna manera, mi teniente coronel. Este es el lugar apropiado del emplazamiento. ¡Qué se le ha ocurrido a usted! ¡Sobre el tejado, las paredes y en las ventanas hay emblemas de la Cruz Hoja! -No importa. Por lo visto, mi teniente coronel, no tiene usted la más remota idea acerca de las formas de combate de la guerra actual. -Tenemos más de dos mil heridos en la casa. Estamos bajo la protección de la Cruz Roja. En tales condiciones no podemos permitir que este lugar se convierta en un campo de (batalla. Continuación. v dos ellos calzado con guantes de goma y las mangas arremangadas, empuñaban tijeras, cuchillos y sierras, anudaba arterias y cortaban huesos. Atmósfera enrarecida y luz de velas. Operaban a la luz de las velas y allí, en Berlín, volvía a repetirse lo, que ya antes había ocurrido en Stalingrado, en el Mius, en el Don, en el Dniéper y en todos los lugares del frente del Este. La sangre chorreaba de la mesa de operaciones y formaba una especie de limo a todo su alrededor. Los operadores eran trabajadores forzados, cuyo quehacer continuaba día y noche sin interrupción. Aquellos hombres aguantaban a base de café. El incendio de la fábrica Lorenz Iluminaba las fachadas del hospital. Los operadores trabajaban sin cesar y las enfermeras aguantaban todo lo que podían. Pero otros enfermeros, empleados, camilleros y enfermos que prestaban servicios auxiliares; o que estaban hospitalizados en las secciones de convalecientes abandonaban el hospital. Y nada podía detenerlos, porque el pánico se había apoderado de todos. Y el destino de las gentes aguardatoa en Tempelhof, en la Alexanderplatz o en el refugio del Führer. Comenzó un nuevo día. En las habitaciones y en los pasillos E D I C I O N E S D E S T I N O S. L subterráneos no había ninguna diferencia- (Pues aquí se va a combatir. E l lugar entre la noche y el día. Una bomba de aviación acababa de caer y estallar sobre es apropiado, y basta. El sargento participó en la conversa- las tumbas recién excavadas. Los muertos ción. Parecía tener ganas de encararse al eran colocados en los pasillos. Y cada vez capitán, pero se volvió hacia el suboficial. eran más largas las hileras de cadáveres. Los camilleros no querían salir al jardín, y le dijo: ¡Déjelo usted, sargento. Eso lo vamos que estaba batido por el fuego enemigo. Los muertos debían esperar. a arreglar en seguida. El final se produjo a la noche siguiente. ¡El teniente coronel y sus acompañantes regresaron al edificio. E l doctor Theyseh Un oficial llegó de la puerta de entrada cogió el teléfono. Al cabo de dos horas y dijo: ¡Los rusos están aquí, mi teniente copudo comunicar con el jefe de la división. -Eso es intolerable, mi general. Esta- ronel! Dicen que quieren hablar con el mos bajo la protección de la Cruz Roja. jefe. ¡El doctor Thyesen se puso en pie. E l Debo pensar en mis heridos. jefe de la sección de psiquiatría le acom- -Pues Sacúdase usted a ese tipo. -No es cosa fácil y no estoy dispuesto pañó. En el jardín había tres rusos: un oficial y dos soldados, qué inmediatamente a comenzar a tiros con él. -JPués haga usted el favor de traérme- les apuntaron con sus pistolas ametrallalo al teléfono y verá cómo le digo la opi- doras, ¡Manos arriba! nión que me merece. El doctor Tyesen sólo levantó un brazo, El doctor Theysen mandó llamar al jefe de la batería. El sargento que pasó el au- pues el otro casi no lo podía mover a cauricular al capitán se percató de que el sa de las heridas recibidas cuando la prijefe de la división no fué demasiado ama- mera guerra. ble con el artillero. Al cabo de poco rato- -N llevo armas- -dijo. o la batería haibía desaparecido de frente- ¿Tú jefe? al hospital. -Si, el jefe médico. El peligro vino entonces de otro lado. E H oficial, que era un joven teniente, se E La cercanía de la fábrica ¡Lorenz y la acercó al doctor Theysen, le alargó la larga resistencia que desde aquélla se hizo mano y le dijo: fué algo fatal para el Hospital 122. ¡Ven! Bombas, granadas e incluso salvas del No dijo más. El sargento y el médico organillo de Stalin, que seguramente psiqgtetra, doctor Schott, se quedaron iban dirigidas contra la fábrica Lorenz a t r y vieron cómo su jefe, acompañado cayeron en el hospital e hicieron numero- de lS tres rusos, cruzaba el jardín, se mesas víctimas. tía por un boquete que los tanques habían El Hospital 122 estaba más que repleto. hecho en la pared del mismo y desaparecía El hospital tenía ochocientas camas y úl- en la oscuridad de la noche. timamente habían ingresado en él muchos Unas horas después, acompañado por heridos procedentes de las trincheras de los mismos rusos, regresó el doctor Theyaquel barrio y de Marlendorf. En aquel sen. En la puerta, junto al sargento, estamomento había allí más de dos mil en- ba un comandante que representaba al fermos, ejército. Primero dio orderí al sargento de Y el hospital estaba bajo el fuego ene- que anunciara su regreso al doctor Schott, migo. a los demás médicos y a su esposa e hijo, Todos al refugio. Los heridos y enfer- que estaban trabajando en sus respectivas mos yacían en las camas y sobre el suelo secciones. Luego se dirigió al comandante de salas y pasillos. Todo era provisional e y le dijo: Incluso a los muertos se les enterraba pro- -Ante todo, señor Wegemann, hay que visionalmente. A pie o en camilla fueron reunir las armas. Todas las armas deben llegando heridos de la casa Ullstein, de la ser entregadas. fábrica Lorenz del canal Teltów, de la, Y luego, en vez de dirigirse a sus hacarretera de Berlín y de las trincheras bitaciones de la sección de desinfección, situadas desde la plaza de Atila hasta, el se retiró a su chalet. puente Oottlleb- Dunkel. E l jefe médico, Quería estar solo. los capitanes médicos y los asistentes, toSe sentó en un sofá, junto a una veniCvntui ntrá,

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