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ABC SEVILLA 16-06-2007 página 20
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ABC SEVILLA 16-06-2007 página 20

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20 SEVILLA Las edades de la ciudad SÁBADO 16 s 6 s 2007 ABC Aquel septiembre de 844 los sevillanos confundieron a los vikingos con los mayús, los magos persas adoradores del fuego Sin éxito, afortunadamente. En Córdoba, pese al pulso interno que mantenía con Sevilla por las tensiones políticas del afán centralizador de Abderramán II, las noticias sevillanas fueron acogidas con pesadumbre. Era obvio que si los mayús no eran derrotados en la capital sevillana, los vikingos enfilarían hacia Córdoba. Abderramán II movilizó al ejército del norte y a las tropas de su jurisdicción. Y los mandó a Sevilla. Precisamente a la ciudad que más dolores de cabeza le estaba proporcionando a su mandato. El uno de septiembre, en Tablada, aproximadamente donde estuvo el aeródromo, el ejército andalusí de Abderramán II le infringió un severísimo correctivo a los normandos. Las crónicas hablan de treinta barcos incendiados, un millar de bajas vikingas y cuatrocientos prisioneros que fueron ejecutados in situ, a la vista de los feroces bárbaros del norte. Los que sobrevivieron a la muerte y al cautiverio embarcaron apresuradamente en las naves que tenían atracadas en el Guadalquivir. Camino del mar. Durante días, en las carnicerías de la ciudad, enganchadas de los pinchos de la gandinga, donde se exhiben piernas, faldas y lomos de terneras y corderos, colgarán las cabezas de los vikingos. Como en un cuadro tremendista de Romero Ressendi. Igualmente, los cuerpos de muchos de ellos, permanecerán crucificados boca abajo en las palmeras y árboles de la dolida ciudad. Sevilla pagaba con horror el horror que padeció en aquella semana de finales de septiembre del 844. Semana en la que los vikingos se presentaron en sociedad para repetir ceremonia de pillaje y fuego en el 859. Y, esta vez sí, incendiar la mezquita de Ibn Adabbas. Del alcance de aquella operación podremos saber algo el día en que los arqueólogos que han trabajado en El Salvador nos muestren sus conclusiones científicas. En el mármol de la memoria fundacional del templo se le pide a Dios que tenga misericordia de Abderramán, el emir justo, el bien guiado por Alá, que ordenó la construcción de esta mezquita... único vestigio que, más de mil años después, nos queda de la Isbiliya que supo sobrevivir al fuego de los mayús... Guerreros galaicos y vikingos luchan en la romería de Catoira, con la que esta localidad pontevedresa evoca la invasión vikingaEFE SALVADOR DE SAS Los vikingos arrasan Sevilla Desembarcaron en una confiada Sevilla tras arrasar Lisboa, Cádiz y Coria del Río. Fueron siete días de pillaje, violencia extrema y muerte que quedaron grabados a fuego, nunca mejor dicho, en la memoria colectiva de los andalusíes. Corría el 29 de septiembre del 844. Los vikingos se presentaban en sociedad POR J. FÉLIX MACHUCA El pasillo atlántico, hasta el entonces libre de amenazas para los peninsulares, cobró aquel verano del 844 una vigencia dramática y brutal. A la hora de saltar las tapias del solar ibérico, casi todos sus invasores lo habían hecho por el norte y por levante. Pero jamás por la fachada atlántica. No era esa una ruta para el asalto. Más bien era una frontera libre de sospechas, al margen de sobresaltos militares, un territorio para despedir al sol y pensar, abismándose en el océano, en los demonios que habitaban el Finis terrae. Pero fue precisamente por ahí, por la del Poniente, la puerta que utilizaron aquellos barbudos y sanguinarios hombres del mar para entrar en el occidente peninsular. Los sevillanos de entonces nunca supieron que los guerreros que asolaron sus vidas eran vikingos. Los confundieron con los mayús, los magos persas adoradores del fuego y fieles seguidores de las enseñanzas mazdeistas. Para aquella ciudad del 800 donde todavía se hablaba latín, Mahoma no era aún profeta de alcance y tirón popular, se rezaba en clave cristiana, arriana o musulmana, donde cohabitaban yemenies, sirios, hispanoromanos, godos y judíos, los vikingos eran los mayús. O sea, unos feroces guerreros mitificados por la ignorancia geográfica y étnica. Pero en siete días, en tan solo siete días de pillajes y castigo, aquella ciudad donde empezaba a despuntar lo andalusí como gazpacho histórico de equilibrada condimentación autóctona y oriental con un sabor tan de aquí, iba a enterarse muy bien quiénes eran aquellos magos. Los normandos desembarcaron en la ciudad incendiando los barcos de los sevillanos, desmochando una muralla que desde hacía tiempo no recibía el cuidado que necesitaba y esclavizando a todos los ciudadanos que no habían podido escapar hacia Morón y Carmona. El gobernador sevillano huyó, precisamente, hacía Carmona, a la vista de la ferocidad de los guerreros del norte y de la escasa capacidad de respuesta que le quedó a las tropas defensoras de la ciudad. Los vikingos fueron dueños y señores de la pujante Isbiliya durante una larga semana. Los sevillanos hablan en las crónicas del fuego de los mayús. Sostenían que aquellos magos adoradores del fuego iniciático de Zoroastro conocían todas las claves nigrománticas, brujeras y devastadoras del fuego. El fuego y sus dueños impactaron en la memoria colectiva de la ciudad. Debieron incendiar no solo los barcos, sino todo aquello que se les antojara. También la fértil ribera del Guadalquivir con sus huertas de lino, algodón, cártamo, caña de azúcar, arroz... En las crónicas del asalto, escritas mucho tiempo después pero donde palpita el impacto emocional que, de generación en generación, se transmiten los sevillanos del emirato con traumática memoria, el fuego aparece por todas partes. Un fuego infernal, demoníaco, sacrílego que alcanza, incluso, a los edificios religiosos. Una mezquita, la de los Mártires, se la denominará así porque en ella fue asesinado, mientras oraba, un desvalido creyente musulmán. Y la mezquita de Ibn Adabbas, donde hoy se alza la iglesia de El Salvador, edificada tan solo catorce años antes de la invasión, fue igualmente asaltada y profanada. Los vikingos intentaron incendiarla, flechando su artesonado con dardos incendiarios.

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